jueves, 23 de febrero de 2012

Algunos claros en el viejo camino del bosque (tercera y última parte)

Por Carlos Rodríguez- Navia[1]
UN CORTO SUCESO.
        Una mañana del día de Nuestra Señora , calculo que era ya por los años 60, se había acabado la Misa Mayor y estaban sonando las campanas a todo sonar, con los voladores y palenques retumbando cada poco.
         En aquel ambiente festivo,  asistiendo muchos vecinos y visitantes con las mejores ropas, la procesión había iniciado su recorrido habitual, por el Campón, con el camino adornada de flores y ramas de laurel.  Primero iban unos monaguillos con la cruz alzada, seguidos por Don Sergio que, como Alcalde,  llevaba el farol junto a dos curas o frailes que  acompañaban a Don Germán con la Custodia, bajo  un palio difícilmente llevado por seis paisanos de bien. Después le seguía la imagen de La Virgen, llevada a hombros por hombres y  ya detrás, venía el pueblo, representado principalmente por mujeres con velo y vela y las menos, acompañadas de su avergonzada pareja. Voces femeninas, algunas muy atipladas y vibrantes, cantaban el Avé... Avé... Avé,  Maríiia. con muy poco acompañamiento masculino.
        Don Germán, fue también otro cura al que yo también traté muy poco, pero que al cabo de los años me cayó bien, porque me enteré de que había tenido algún problema en Riberas, por una homilía en la que defendió el derecho a la huelga de los mineros, siendo denunciado secretamente al obispado por algún escarabajo pelotero que consiguió que al poco tiempo le cambiaron de parroquia. Al cabo de unos pocos años, fue el primer cura a quien vi vestido de clergyman y montado en Vespa.
Procesión presidida por D. Sergio
       Don Sergio, era un señor simpático, casado y sin hijos, posible razón por la que le gustaban mucho los rapacínes, a los que solía dar casi siempre alguna perruca o caramelo. Fue alcalde del Concejo de Soto del Barco durante unos cuantos años y vivía en La Pación, una preciosa finca con una casa moderna, pero con hórreo, árboles y cultivos. Tenía un talante bastante liberal para aquellos tiempos, posible influencia de su estancia en Norteamérica, de donde regresó con Ana, una rubia americana que nunca logró hablar bien el español. Don Sergio, bastante calvo, siempre llevaba  una pequeña boina, que no se quitaba mas que en la iglesia, hasta donde llegaba también su fiel perro, Pipo, que silenciosamente ocupaba un sitio bajo el asiento de su amo. Posiblemente fuera algo severo en algunos momentos, pero en general tenía buen humor y se tomaba una sidra con cualquier paisano, sin hacer desprecios.
       Aquel 15 de Agosto, había un  calor aturbonao, que hacía sudar a todos, principalmente a los hombres que soportaban chaqueta. La cabeza de la  procesión ya había llegado hasta La Bouza y los monaguillos daban la vuelta ya con el paso mas ligero, con ganas de quitarse los ropones.
       Don Sergio, que en ese momento se estaba secando la cara con un pañuelo y solo miraba para el suelo, se despistó un poco y siguió él solo con el Pipo a su lado, como unos diez o doce pasos en línea recta, separándose de la comitiva.
       Las campanas, los cánticos y cohetes, pudieron mas que alguna llamada y los chst- chst  que intentaban percatar a Don Sergio de su error, hasta que éste se topó con un paisano, que mirándole primero a él y después al farol, le dijo socarronamente:
       - Coño, Don Sergio. ¿ No´i  parez un poco tempranu  pa´dir a l´angula ?.
       No muchos vecinos llegaron ver a Don Sergio, su alcalde, con el farol en suelo, arrimado a un paredón, con el pañuelo tapándose la boca y congestionado de la risa. 

LAS ÚLTIMAS DIABLURAS.
        Dejo para el final la narración de algunas bromas, porque  ahora, verdaderamente,  no me siento muy orgulloso de haber participado en ellas y las llamo diabluras, porque  aunque hubieran ocurrido en aquella época, fueron una absoluta falta de respeto hacia personas que no se lo merecían. Fueron acciones de juventud, en parte comprensibles, pero no justificables.
     En  bastantes ocasiones habíamos colaborado con chavales de Riberas en travesuras menores, como tirar avellanas y nueces por la carretera, para que reventaran y saltaran cuando pasara un coche. Alguna vez, en las romerías, metíamos esgolancios  en el bolsillo de la rebeca  de las mozas y en una ocasión, hasta llegamos a soltar algunos grillos en la iglesia, a la hora del rosario.
        Pero lo que mas nos divertía, era hacer bromas de noche, como dar pequeños sustos a nuestras amigas o a las mujeres de allí,  con  sabanas, un palo con una calabaza vaciada, marcando ojos y dientes y una vela dentro, lo que a pesar de su infantilismo, producía grandes gritos de miedo y de carreras alocadas, sobre todo si lo hacíamos en el túnel de Ucedo o el de Traslacuesta. En ese periodo de la post-adolescencia, es cuando algunos me pusieron el mote de “maldades”.
        Otras veces, nos disfrazábamos de bandoleros, con careta y escopeta al hombro, muy tiesos, andando sobre unos tacos de madera en los zapatos, para parecer mas altos y que sonaran  bien fuertes los pasos y cuando aparecíamos delante del algún paisano dando las  “buenas noches, compañero” con la voz mas grave que podíamos, estos solían quedarse petrificados, hasta que acababan por oír nuestras risas.
Pero la última vez que lo hicimos, casi nos cuesta una merecida paliza, porque un ciclista que venía tranquilamente de Pravia y nos vio cerca  de la casa de Ricardito, se pegó tal susto, que salió a todo pedal echando puñetas y dando voces. Menos mal que al llegar junto a Casa Sama, nos dimos cuenta de que,  desde el Bar Paraíso, venían unos cuantos mozos, con palos y bastones, dispuestos a calentar  las ñalgas a los bandidos y dimos suela sin los suplementos, hacia el camino de la Riestra, tumbándonos en el terraplén de la vía, temblando de miedo, hasta que se disolvió la irritada brigada.
         La penúltima diablura, la hicimos entre seis amigos, ya mayorcinos y  fue como una protesta contra el municipio, por la  garita de arbitrios que habían puesto  frente al túnel de la Bilía y en donde los jueves, se situaba el buen Alfredo, quien con gorra de plato y poco entusiasmo, intentar cobrar el impuesto de paso a las mercancías que venían del mercado de Pravia.
         Esta caseta, como tantas otras que había en casi todos los municipios, era de madera, como de unos 80 x 80 cms. de base y un par de metros de altura. La cubierta, a una sola agua, era también de madera, con una  terminación de un especie de lija gorda y aceite de linaza. Dentro tenía un banco y una pequeña  balda o repisa de madera, una ventanilla de cristal y un cartel afuera que anunciaba: ARBITRIOS MUNICIPALES       
         Una noche, ya hacía la 1, mientras uno vigilaba, los otros cinco levantamos del suelo el casetu de madera y con bastante trabajo y haciendo frecuentes paradas, lo subimos por el terraplén como unos seis o siete metros y la depositamos en el andén del apeadero de FEVE, que ya funcionaba de vez en cuando. La Guardia Civil intentó averiguar lo que pudo, pero no logró nada y se olvidó del asunto, considerándolo como broma de mozos.
         La última faena, la realicé junto con  Biades y Jesús González (ambos desgraciadamente fallecidos)  y el objetivo de nuestra pesada broma, fue Ricardito.
Casa de Ricardo y Herminia
         Ricardo y Herminia, era un matrimonio mayor que vivió en una pequeña casa junto a la carretera, enfrente a la de mi amigo Jesús.  El, mas conocido como Ricardito, era un hombre callado, laborioso y muy casero, que vivía modestamente tranquilo y cultivaba algunas cosas en su terreno. Como había estado en Cuba unos cuantos años, se trajo de allí unas semillas de tabaco, que curiosamente prendieron  bastante bien y le proporcionaban alguna que otra hoja, para su pequeño consumo, hojas que  tenía bien ocultas a las miradas de la Guardia Civil.
Señor Ricardo Tamargo
que se murió el otro día
por usar economía
y su cuento fue muy largo

También  murió su mujer
por causa de su simpleza
le separó la cabeza
por su mal modo de ser

(Manuscrito de Celestino Galán)
        Primero se murió Herminia y se dijo entonces, que Ricardo se trastornó un poco y que a los pocos días, fue al cementerio, excavó la tierra, abrió el ataud y se llevó la cabeza de su mujer, teniéndola en su casa unos días,  hasta que, enterado el cura de entonces, sin armar mucho barullo, la devolvió a su tumba. Pero aquel suceso, que realmente nunca se tuvo la seguridad de sí fue o no real, produjo como una leyenda y un temor  alrededor de la casa. Años después de fallecido Ricardo, como no la compraba nadie, pasó a ser vivienda de los sucesivos sacerdotes que regentaron Riberas. 

        A la puerta de esta casína, tras un pequeño jardín se subía por una corta escalera, a la derecha de la cual y arrimada  a la pared, tenía una piescal o melocotonero, que  a pesar de tener pocos años y pequeña altura, daba  como una docena de frutos, que llamaban romanos, muy  sabrosos y más grandes que una buena naranja. Ricardito, todos los días les echaba una mirada, quitaba gusanos y hormigas, ponía molinillos, cordeles y papelinos para asustar a los mirlos y gorriones y a medida que iban madurando, los cogía de uno en uno. Eran la niña de sus ojos.
        Pues una noche, también a hora bastante avanzada, veníamos los tres en bicicleta,  un poco enfilaos, de alguna  romería cercana y al pasar delante de la casa de Ricardito, como vimos que la puerta de entrada al jardín estaba abierta, pensamos entonces en robarle algún romano para comérnoslo.
                   Aclaro un poco, para las generaciones de ahora, que por aquellos años era una especia de divertimento normal y un reto para los chavales, el hacer  esos pequeños hurtos de fruta, aunque la tuvieras en casa, pero en  éste caso, como nos daba un poco de pena el arrebatarle ese tan bien cuidado fruto, pensamos entonces en alarmarlo un poco y que se creyera que se los estaban robando.
            Dejamos las bicis y Jesús entró en su casa y se trajo un carrete de sedal. Silenciosamente, entramos en el jardín y atamos el hilo con mucho cuidado a un par de ramas. Después lo fuimos llevando al otro lado de la carretera, hasta el paredón  de la casa de Jesús, que está enfrente y lo ,lanzamos hacia arriba., puesto que su terreno, estaba como unos cinco metros mas alto.
        Una vez allí, a oscuras, recuperamos el sedal, tensamos un poco y  nos tumbamos en la hierba al borde del terreno. Delante de la casa de Ricardo había un poste que en lo alto tenía una bombilla sucia con una tulipa, que  era lo que formaba parte de toda la iluminación de la carretera, junto con otras cuatro mas, bien distanciadas, por lo que nuestra situación era muy buena, puesto que podíamos ver sin ser vistos y como estábamos mas altos, dominábamos de tal manera que, aunque pasara alguna persona o incluso un coche, no podían tropezarse con el sedal.
        Tiramos un par de terrones sobre el tejado de la casa, que hicieron bastante ruido y casi al momento vimos que se encendía una luz y por una ventana  desde dentro, alguien miraba hacia afuera.
        Entonces Biades, que era el que mas alargaba el cuello, aguantando la risa, nos dijo en voz baja:
       -   Sotripái un poquitin nada más.. 
        Jesús y yo, dimos un par de tirones de la tanza, bastante suaves, de tal manera que el árbol, meneó un poco sus ramas pero las hojas hicieron bastante ruido. Entonces, se apagó la luz y durante un rato creímos que se había acostado otra vez, pero, fijándonos bien, nos dimos cuenta de que Ricardito había abierto la puerta de entrada, muy despacio y que aparecía el negro cañón de una escopeta de caza apuntando hacia el árbol, a menos de un metro.
       -  Volvéi a sotripar otra vez,- indicó Biades de nuevo.
       Entonces volvimos a dar otro par de tirones algo mas fuertes, oyendo como las hojas del árbol se alborotaban con el movimiento, casi al tiempo que sonaban dos disparos consecutivos, fuertes y secos, encontrándonos con el sedal roto en las manos.
       Silenciosamente pero muertos de risa, recogimos el carrete, Jesús se despidió de nosotros, se metió en su casa, Biades y yo, cogimos las bicis y seguimos nuestro camino aguantando la risa, pero sin hablar nada. Por los visto, los disparos no alarmaron a nadie, no se encendió ninguna luz, ni se asomó vecino alguno.
        La paradoja final de la gamberrada fue, que al día siguiente por la mañana, Ricardito  se llegó hasta la casa de Jesús para que le permitieran llamar por teléfono a la Guardia Civil y denunciar que por la noche había tenido unos ladrones en el jardín.
Aquella misma tarde se presentaron dos guardias, hicieron una inspección muy superficial, llegando a la conclusión de que no había habido heridos y como no se dieron cuenta de los nudos del sedal, por haber muchos restos de hilos y cordeles, lo atribuyeron todo a una falsa alarma de Ricardito. Le dieron un poco la lata  por no tener la licencia de armas en regla y no pasó nada más.
       Lo que sí ocurrió, tristemente, es que árbol, hojas y frutos, como consecuencia de las dos cercanas andanadas de perdigones, quedaron como un colador y como el Imperio Romano, se extinguieron para siempre.
                                                                          Diciembre 2003

 Sigue.                                  
      Hace poco, recordé  una historia, que ocurrió por esa zona,  ya en los años 70.
Carbajal a la proa de la lancha
       América y Carvajal que vivían en Ucedo, eran dos estupendos vecinos, amables, simpáticos,  atentas y trabajadores, conocidos por todos como personas de izquierdas, pero sobre todo él (Carba para todo el mundo),  era un hombre de corazón noble, pero jugando a las cartas o a los bolos era bronco y duro, soltaba tacos y maldiciones  y aparte de presumir de  ser el mayor bebedor de sidra de la zona, alardeaba de su ideología comunista sin miedo alguno.
         Juan, el mayor de los hijos, estando en cierta ocasión en el Puerto de S. Juan De La Arena, le presentaron a un señor de Madrid, llamado Arias Navarro, para ver si quería acompañarle de vez en cuando en sus excursiones por la mar, haciendo a la vez de cocinero y ayudante o consejero en la pesca. Juanín aceptó aquel trabajo y tardó un poco de tiempo en saber que aquel personaje, con el que (según me contó el mismo) siguió manteniendo relación, no solo en verano, ya que de vez en cuando venia a Madrid a verle, así como a Camilo Alonso Vega y a Garicano Goñi y de paso traerles unos paquetes con blancas y frescas angulas, pescadas en la Ría del Nalón.
Arias Navarro y Garicano Goñi en 1976 (Foto: diario Pueblo)
        La verdad es que entonces, muy poca gente sabía que el que fuera en tiempo de la posguerra Gobernador Civil (apodado como “carnicerito de Málaga"), procurador en Cortes, Alcalde de Madrid y luego Presidente del Gobierno, veranease en Salinas y se pasaba bastantes días en La Arena de incógnito y que incluso un par de veces estuvo en Riberas comiendo en un íntimo comedor que tenía y llevaba con toda destreza nuestra amiga Ana Sama y su hermana Maruja, casada con Ismael, entonces Alcalde de Soto del Barco y a quien le vino el cielo a ver, al llegar a tener  conocimiento y amistad con,  (para él), tan admirado cliente.
       Cuando  le preguntaban al Carba por su Juanín, contestaba con una voz mezcla de orgullo y vergüenza:
    -Yo, que toda la vida fui mas rojo que Lenín, ya veis, salióme un fíu facha, amigo del presidente y d´esa panda de cabrones. ¡¡Tócate los cojones ¡
ALGUN TIEMPO DESPUÉS
        Todos los años busco algún  pretexto para pasarnos unos días en Asturias. Mi mujer, comenta con nuestros amigos, que sigo manteniendo el espíritu de aldeano, porque  cada cierto tiempo parece  que, tengo  una urgente necesidad de ver la hierba, los árboles y las vacas de Asturias, pero mas  especialmente todo el entorno de Riberas y sus gentes,  aunque como el tiempo pasa para todos, ya  tengo mas amigos y conocidos en el cementerio que en el pueblo mismo.
       Hacemos el recorrido habitual, empezando por el primo Luis, en La Grandeza y pasando después  por el Campón a charlar con Manolita , en donde casi siempre nos encontramos con  Tino el hermano de Josefa y su mujer- Mas abajo vemos a Carmina la de Mon y a Maruja la de Luis, viudas ambas de unos buenos amigos de antaño. En el Parador, es obligado ver a Rosa y Jesús, sin encontrarnos con su hija Ana y teniendo después un emotivo recuerdo de Elma, la mas antigua y cercana  amiga que tuvimos.
      Pasamos por delante de la casa en que nací, sin  ninguna  pena especial, pues actualmente esta restaurada y conservada, en las buenas  manos de unos recientes amigos.
       Luego ya pasada la Riestra en Monterrey y Cotollano,   nos quedamos a charlar un buen rato con Pilo y Angelín, apareciendo casi siempre Moure. Todos tenemos ya algún dolor o los malestares normales de los años, pero siempre hay capacidad y ganas  para tomar  una cafetín o una sidra, acompañados de  los consecuentes    recuerdos que cada uno aporta.
         Y a pesar de que la vida nos endurece, duele muy dentro al pasar por delante de muchas casas y no encontrarte con aquellos  con los que en su momento hubo amistad,  aprecio o un sencillo intercambio de palabras.
                                  CARLOS R. NAVIA MARTINEZ
                                                             Septiembre 2011
Fin


[1]Tercera y última  entrada  de las  crónicas  enviadas por  Carlos Rodríguez-Navia.

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