lunes, 6 de febrero de 2012

Algunos claros en el viejo camino del bosque (Segunda parte)

Por Carlos Rodríguez- Navia[1]

RIBERAS Y SUS COMUNICACIONES.
La línea de ferrocarril FEVE, llamada entonces El Vasco, era el elemento de enlace con la Capital y las cuencas mineras y prácticamente el único medio de transporte de maletas, bultos y mercancías de cierto volumen. Tenía unas pequeñas locomotoras de vapor, que según decían, con cuatro paletadas de carbón, bajaba desde Oviedo a San Esteban, dada la suave pendiente que tenía el recorrido. 

Locomotora "Aurrerá" en la estación de San Esteban 
con motivo del  centenario de la inauguración
del Ferrocarril Vasco Asturiano.
Los vagones de viajeros, eran de dos clases, primera y segunda; los de primera, eran todos corridos, con asientos de tela y los de segunda,  como compartimentos independientes, con dos bancos de madera enfrentados, para ocho personas cada uno y a los que se accedía por una plataforma exterior,  por la que  pasaba el revisor para picar los billetes. Por aquella época hubo un buen mozo, inquieto y guapetón, llamado José Suárez, que pasó de esa pasarela a los estudios de cine, haciendo algunas buenas películas como galán principal. Algunos años después, fue elegido alcalde en Aller y murió siendo bastante joven.
De todas estaciones en las que paraba el tren, La Manjoya, Caldas, Fuso, Caces, Trubia, Vega, Grado, Sandiche, San Román, Pravia, San Ranón y San Esteban, muy parecidas pero con su personalidad, la mejor cuidada siempre era Fuso de la Reina, con flores y plantas, pero para nosotros era Pravia la mas esperada, con la figura de Eliseo, el factor, con su gorra y su bandera roja, atento a la buena marcha  y organización de la estación. 

Estación de Fuso la Reina
 En aquel andén, entre bultos y carretillas, estaba casi siempre esperando la llegada de viajeros, una viejina, Finita, que debió de haber sido muy guapetona en sus buenos tiempos y quizás un poco alegre para las mentalidades tan estrechas de entonces. Con reúma agudo y arrastrando  algo los pies, pregonaba con voz fuerte los periódicos y revistas, al tiempo que soltaba alguna picardía a cualquier hombre de buen parecer. Lo peor que tenía el llegar a  Pravia en tren y aun lo tiene, es el problema de las escaleras desde la estación hasta la Calle de San Antonio, con la única compensación de los buenos olores que venían de la cocina de Casa Sagrario.
Antigua estacion de Pravia
Fotografía Biblioteca Pca. "Anton de la Braña" de Pravia

Si no llevábamos equipaje, seguíamos en el tren hasta el apeadero de San Ranón, en medio de la veiga de los Cabos, por la que había que caminar hasta llegar al lugar en que se cogía la barca para cruzar el Nalón hasta la Bimera, muchas veces con Oscar de remero, que un día llegaría a formar parte de un equipo de los Remeros del Nalón y a conquistar bastantes triunfos.
Y Desde la Bimera, otro paseo por la carretera, con grandes carolinas, alísos y otros árboles a la derecha y las terraplenes y túneles del “Estratégico” a la izquierda, En la última recta, en donde hay una peña con un nido de ametralladoras en lo alto y antes del camino de Traslacuesta, veíamos la gran magnolia de casa, que ya tenía entonces más de 50 años.
El paso del Vasco por lo otra orilla del Nalón, desde Santianes a San Ranón, a mediodía y por la tarde, casi siempre puntual, marcaba prácticamente la hora de la comida y de la cena para casi todo el pueblo, en una época en la que escaseaban los relojes y  además, según se oyeran de claros el rodar de la  máquina y sus pitidos, se podía vaticinar, con bastante acierto, el tiempo que haría. 

Camioneta de la linea Pravia -Aviles-Gijón
 La carretera que teníamos entonces, era sinuosa, llenas de baches, piedras y polvo, por la que principalmente circulaban aquellos chirriantes carros del país cargados de hierba o de troncos de madera, con los bamboleantes bueyes reventando, llenos de moscas y el carretero, con boina, madreñas y pitillo, unos  pasos adelante, deteniéndose de vez en cuando para pasar la  vara por encima del yugo o pinchar en las sudorosas ancas, con juramento incluido. También pasaba alguna que otra renqueante bicicleta, hombres o mujeres en burro y con algo de suerte, algún deslumbrante y silencioso haiga, conducido con una mano, por un indiano  con guayabera o traje de alpaca  y llevando afuera la otra, mostrando una  brillante sortija y un veguero, bien ufano de enseñar su éxito y prosperidad.  
Autobus delante de los locales de Angel Blanco en Pravia
 Los que si pasaban con periodicidad eran  los Luarca, de la empresa ALSA con unos autobuses de gasoil Leyland  de color azul, mas cómodos y mas caros y que algunos de ellos iban desde Gijón hasta La Coruña. También otra línea algo más barata, popular y escasa de sitio, con autobuses Dodge Brother´s  de gasolina, que pertenecía a Angel Blanco, pero que eran mas conocidos por todo el mundo como los Zapícos . Ambos tenían su parada en El Parador y en la tienda de María Socorro, se dejaba o retiraba el correo. en donde casi siempre había alguien esperando a alguien o simplemente curioseando entre los viajeros, haciendo gestos y comentarios cuando veían alguna rapaza saludable.
El Zapico lo llevaba un conductor, al  que todo el mundo  le conocía como el Roxu y le acompañaba Pepe,  cobrador y alma de la empresa, un mocetón alto, interesantón, con el pelo canoso y una sonrisa que cautivaba sobre todo  a las mujeres, para quienes siempre tenía una palabra amable o un piropo y oportunamente se brindaba a poner una mano en el trasero a alguna moza que se arriesgaba a subir, por una escalera de pates a la intemperie, a la parte superior del autobús y en la que además de pasajeros, llevaba maletas, baúles, sacos, bultos, gallinas, conejos y algún gochu.
Abelardo de los Veneros, Manolo Areces de Pumeda
 en la parada del Zapico, delante de casa María Socorro
Pepe, hacía su ruta diaria a la derecha del Roxu, asomando medio cuerpo por la ventanilla dándole el aire, mirando entusiasmado el paisaje como si en cada viaje fuera distinto,  mientras canturreaba alguna canción   y saludaba alegremente a todo el mundo.
En Carcedo, había un surtidor de gasolina de color rojo, de la Campsa, que se manejaba con golpes de palanca a derecha e izquierda, hasta llenar unos depósitos de cristal en lo alto, de cinco en cinco litros  y que caían por gravedad por la manguera. Allí, todos los días, paraba siempre Pepe, hubiera o no pasajeros,  a darle un beso a su madre Esperanza y beberse un vaso de vino. Aquel sitio, durante muchos años, gozó de merecida fama de hacer las mejoras tortillas de patata de todo el entorno.
Un camino que utilizábamos mucho, era el trazado del ferrocarril Estratégico, que no se inauguró hasta el año 1955 y en el que actualmente FEVE hace el trayecto Gijón –El Ferrol. Por allí, con sus trincheras, terraplenes y túneles íbamos para atajar, incluso para ir a Pravia o a Soto, pero sobre todo para no ser vistos cuando pensábamos hacer alguna fechoría. Gracias a ese poco utilizado trayecto, nos libramos en mas de una ocasión de ser cogidos por la Guardia Civil y de sus consiguientes morradas.
El único teléfono de todo Riberas, estaba en casa de María Lisa en el primer piso. Era un aparato, como una caja de madera, que tenía a un lado un manubrio que había que girar unas cuantas veces para que te contestaran desde Pravia, decirles el lugar y número con el que querías hablar, dar tu nombre y luego esperar como una hora para hablar con Oviedo o Gijón. El pago se hacía allí mismo, después de haber terminado y te lo decían las mismas operadoras, que solían escuchar las conversaciones. Poco después, hubo dos o tres teléfonos mas, particulares, pasando un montón de años hasta que se instaló un teléfono público junto a el Paraíso.
Fueron unos años, en los que casi no había automóviles, en los que se viajaba poco, sin prisas, en transportes colectivos y en los que las gentes se relacionaban mas y hasta compartían sus sencillos alimentos.

La vía y la carretera desde el Escobio
Con los tiempos, se mejoraron y ampliaron carreteras y cambiaron las comunicaciones. No sé cuando desaparecieron los Zapicos ni que fue del Roxu y de Pepe. Los ALSA,  siguen teniendo un magnifico y puntual servicio, con cómodas butacas y aire acondicionado. Tenemos un apeadero del ferrocarril Gijón-Ferrol, una flamante estación de servicio, el aeropuerto a 7 Kms,. y por delante del Parador pasan cientos y cientos de coches a toda velocidad, salvo que el semáforo en rojo, obligue por unos segundos a los conductores a esperar impacientes, sin echar una mirada al entorno, ni mucho menos imaginarse que aquel lugar, tiempos atrás, fue casi el corazón de Riberas y el punto de enlace con todo el resto de la provincia.
Valga este sencillo recuerdo, como humilde homenaje a unas empresas y  a unas personas que colaboraron mucho en la pequeña historia y en el encuentro  y florecimiento de los pequeños pueblos
     
  EL POZO
Mas o menos cuando tenía unos 6 años, en unos de esos viajes de fin de semana que hacía desde Gijón con mis padres, entre otras muchas visitas, pasamos por Monterrey y fuimos a ver a Nena Corugedo y a su madre Dª. Albina que, aún ciega y con muchos años, tenía un humor especial contando cosas de Riberas y sus paisanos, mientras tomaba su cafetín y echaba un pitu, con tanto estilo como un carretero.
Después, cansado de la charla de mayores, me fui a la inmensa huerta para ver y columpiarme en las ramas  de la Velintonia, el árbol mas grande que yo había visto nunca, con un diámetro de mas de 4 metros y unos 30 de altura. Pasados los años, supe que era un joven Sequoia y que desgraciadamente un rayo acabó con su altivo dominio. Al cabo de un rato, me aventuré a salir de la finca, hacia la carretera, para curiosear, cuando  oí un silbido y vi a un rapacín, algo mas alto que yo, que desde un hórreo, me tiraba unas manzanas. Allí empezó una juguetona y corta guerra a manzanazos, que tuvo su fin, cuando al intentar coger yo una buena pieza que había caído junta a un muro, el mundo se me vino abajo y me caí en un pozo que no tenía  brocal, a ras del suelo, cubierto solo con unas tablas y algo de tierra. Aquellos pocos minutos que estuve  hundiéndome y flotando, agarrado a unas tablas podridas, me parecieron un siglo, hasta que María el Rucho, que pasaba en  burra por allí, al oír mis débiles gritos, creyó que era un gatín  el que se había caído y llamó a un paisano cercano, quien echándome una mano y gracias a que el agua estaba bastante alta, me sacó de una muerte casi segura, tiritando de miedo y frío.
Aquel chaval que jugaba conmigo, cuando me vio desaparecer y estando solo, lógicamente asustado se había escondido en su casa. Mas tarde, después de los sustos, las preguntas, las conjeturas sobre lo que podía haber pasado y las repetidas gracias a los salvadores, nos volvimos a Gijón, consiguiendo que mi madre no se enterase mas de que solamente me había caído en un charco grande y me había puesto pingando, por lo que me tuvieron que dejar, calzoncillo, camisa y pantalón, que precisamente me prestó aquel chico, que con aquella inocente guerra a manzanazos, inició una buena amistad con mi familia y conmigo, a pesar de que no nos vemos con la frecuencia que deseáramos. Se llamaba y se llama José Manuel Alonso: Pilo.
Durante muchos años, para los de Riberas fui Calele, el de Marina Cándida. El que se cayera al pozu.... 

LOS CHIGRES DE RIBERAS.
Creo que, también por esos años, llegó a haber en Riberas cinco o seis bares y chigres de mayor o menor tamaño y clientela, pero es indudable que los que marcaron  y tuvieron mas historia fueron, El Paraíso de Luis, en la Pontona ( anteriormente de Alfonso el Ferreiro) y el de Pepe Marina,  junto a el Parador, años mas tarde llevado con mas tranquilidad por el buenazo de Jesús el Gallego. En uno y otro, se podía tomar vino, sidra, refrescos, licores y  alguna ración o tapína de algo, comer en serio y hasta dormir una noche. Cada uno tenía su personalidad y entre su clientela los había incondicionales y quienes alternaban de uno a otro, dependiendo de las circunstancias.
      El Bar El Paraíso, algo mas moderno y conservador, con Luis en la barra y Maruja en la cocina, solía tener clientes mas bien tranquilos, sosegados, de café y dominó. Alguna pareja de novios, gentes de paso, taxistas y jóvenes del lugar que tomaban un bocadillo o alguna copína. Todavía no se había puesto de moda el cubata.
     


En el bar de Pepe Marina
     El del Parador, por ser lugar de parada y paso mas obligado, tenía mas bullicio y los sábados era el hervidero de Riberas.  Marina, tenía merecida fama de ofrecer buena comida pero su especialidad eran unas frescas truchas, bien adobadas y mejor fritas y las angulas, en invierno, pescadas  también furtivamente. Pepe en la barra y Marino abriendo botellas. Allí no solían entrar muchas mujeres. Se bebía vino recio o sidra y el juego de la garrafína o el tute subastado, con golpes de ficha, cartas o puño en la mesa, acompañados de tacos, juramentos, humo de Farias y tabaco negro, propiciaba mas a un ambiente de hombres recios y gente conocida, con talante de izquierdas, mas o menos señalado. Carboneros del río, camioneros, leñadores y hombres de campo, echando partidas, tomaban vasos hasta altas horas de la noche, con alguna asturiana que otra canturreada por un vecino, con el cuerpo derrengado y los ojos brillantes.
 Una sencilla anaquelería de madera, con botellas  de vermut, coñac, ginebra y otros licores estaba detrás de la barra, con una gran foto de Pepe, con sombrero, caña y una enorme trucha. También estaban las obligadas fotografías antiguas de Franco y José Antonio llenas de cagadas de moscas, así como un curioso y nada respetado cartel que decía : La Ley  prohibe la blasfemia. Y en un sitio especial, estaba la radio, en la que se escuchaba “el parte”, siempre con algún comentario socarrón  de Marino. Avanzada la noche, si no había “moros en la costa”, se intentaba sintonizar Radio Pirineos, entre chisporroteos, señales de morse y pitidos, con gran silencio y  echando inquietas miradas al exterior.
       Pero para muchos vecinos, el atractivo mayor del bar era la bolera, a un lado de la casa, paralela a la carretera y casi enfrente de nuestra casa. Allí se medía la fuerza y la habilidad para lanzar bien aquellas grandes  bolas de madera  sobre una tabla del rodao de tierra apisonada, seguir bien derecha y levantar los cabones que se sujetaban con barro en una solera de piedra algo inclinada y que según cayeran éstos mas o menos lejos o soltaran la valla, tenían un valor, que era cantado por el montador, siempre con la  protesta  del jugador o de algún espectador, que  con las manos en los bolsillos, asistían a los largo del rodao.
En el "rodao"
      Pero antes de contar la siguiente anécdota, tengo que recordar que, por aquellos años vivía en Riberas Angel Prendes, mas conocido como Carreño, gordo paisano que había ido comprando algunas casas, tierras y montes que se vendieran baratos, de tal manera que la voz popular decía,          quizás sin motivo pero con sorna, que todo era de Carreño. Este orondo vecino, pasaba de vez en cuando por la carretera, montado en una charret tirada por un trotón, siempre acompañado por su fiel Leoncio, criado, confidente y protector.
  Pues... un atardecer de no sé que año, había una partida de bolos muy interesante y concurrida, tanto por ser sábado, como por la clase de competidores que participaban en ella, apostándose unas bebidas y discutiendo las jugadas, con la consiguiente coña de los gananciosos  y los juramentos y palabrotas de los perdedores, sin crispación, pero todo ello formando parte del clima normal y lógico del juego. Estaríamos como un par de docenas de espectadores animando a los favoritos, cuando de repente, sin darnos cuenta, apareció la negra figura de D. José, el severo cura de entonces, con su teja en la cabeza y el paraguas colgado del hombro, situándose en  primera fila, con una medio sonrisa y dispuesto a contemplar el espectáculo.
       De pronto, aquellos mozos revoltosos y vocingleros se volvieron como corderínos y el ambiente, cambió totalmente. Con mucha calma, esperando a que el cura se marchara pronto y con una  serenidad  forzada, se dirigían uno a otro, haciendo gala de unos modales y vocabulario exageradamente correctos, sin tacos ni palabrotas, pero buscando la doble intención.:
       -Ahora le toca a usted, Don Luis. Acuérdese.... Lave antes la bola y cálquela bien.... a ver cuantos echa...
       El jugador de turno, con los mofletes hinchados por la burla, metió la bola en aquel bidón lleno de agua barrosa, la sacudió bien y enfiló el rodao, haciendo como si se santiguara, con bola y todo.  Tiró la bola y falló. 
       -¡ Oh que fastidiosa jugada !.  Uf. Se equivocó usted en la posturína...
       Los comentarios jocosos e intencionadamente cursis de los compañeros que  aguantaban difícilmente la risa, le hicieron volverse mordiéndose los labios, para no soltarles una burrada.
         Por la otra orilla de la carretera venía lentamente Tuto,  montado en la burra Cuca y tirando del ronzal de su única y cuidada vaca que iba paciendo todo lo que podía de la cuneta. Cuando el siguiente jugador se estaba preparando tranquilamente para lanzar y justamente cuando Tuto se encontraba frente al rodao,  pasó una ruidosa camioneta cargada de carbón, que levanto una nube de polvo, produciéndose posteriormente un momentáneo silencio. Y fue entonces, cuando una voz anónima y un tanto deformada, dijo:
- Tuto.....   Esa vaca, non ye tuya..... ¡ yé de Carreño !.
- Yé de la puta tu madre, cabrón ! - respondió  fulminante aquel  paisano, con los ojos desorbitados, buscando al autor de tal infamia.
   Y de sopetón, se produjo una espontánea y general explosión de carcajadas, aumentadas al contemplar a Don José, que paraguas en ristre, trataba de hacerse oír y poner orden entre el cachondeo de espectadores y jugadores, algunos de ellos tirados por el suelo, arrimados a la pared o dando patadas de la risa, incrementada por la contenida situación pasada, mientras el pobre Tuto se alejaba murmurando, tirando de la vaca y volviendo la cabeza de vez en cuando para amenazar  con el puño.

       Nunca llegué a saber el porqué había una cierta manía en burlarse de estos dos hermanos Tuto y Francisco, llamados Los Peludos, que por otro lado estaban considerados como unas buenas personas, que no hablaban mal de nadie y que humildemente vivían en La Quintanona, con un pedacín de tierra, una vaca y  la famosa Cuca.
      
Bar de Jesus en 1976
     Creo que a principios de los años 60, mas o menos, se dejó de jugar a los bolos en aquella bolera. Los sucesivos trabajos de la carretera, fueron estrechando el rodao. El tipo de  vida fue cambiando. El negocio cambió de dueño al morirse Pepe y  después de unos cuantos años de tenerlo Jesús y Rosa, al jubilarse, se quedó la casa vacía y en estado de ruina. Ya en el presente siglo, un camión que allí mismo perdió la carga de unos grandes troncos de madera, la derribó por completo. Quien sabe si fue la protesta póstuma de camioneros y madereros, por el abandono de su lugar de encuentros.
        Para todos aquellos que, con su bebida y su ambiente, alegraron y ayudaron a olvidar muchos momentos amargos de la vida de Riberas, valga también esta historia y como a tantos otros, les dedique mi mejor recuerdo y afecto.
Febrero de 2001
UNA ANÉCDOTA CON  EL CURA.
Una tarde de Agosto de 1955, mas o menos, estaba yo en la tienda de María Socorro, en el Parador, esperando la llegada del autobús en el que venía mi tío Evaristo desde Gijón.
         Aquel tipo de comercio, junto con el de Belisario, Pepe Sama, Angel de la Bilía y puede que alguno mas que no recuerdo, era entonces como una especie de supermercados para Riberas en los que, aparte de los alimentos mas elementales, tenía tabaco, cuadernos madreñas, zapicas,, guadaños y paxos.
         La tienda de María, heredada de su madre Socorro, posiblemente fuera la mas antigua y con una personalidad especial, pues según te movieras por el local, notabas los diferentes olores de las mercancías que allí había. Por un lado, olía a vino fuerte de pellejo, pero también a aceite rancio, bacalao, patatas y cebollas. Un poco mas a la derecha, donde estaba la  trucada balanza y un molinillo, olía a  café, maíz y azafrán pero dominaba mas el de las morcillas y chorizos que colgaban del techo, junto a una triste lámpara y a un par de tiras de papel-miel, con docenas de moscas pegadas, aleteando inútilmente. De la cocina, siempre llegaban apetitosos aromas, pero especialmente, cuando se celebraba algún funeral o boda, no fallaba el de la fabada y el de la deliciosa carne asada, primores de la humilde Mercedes, que  los curas del entorno gozaban y bendecían con alabanzas y fama  que solo se  llevaba María.
          Estaba ella,  apoyada en el viejo mostrador de madera, haciendo sumas en aquel cuadernillo en el que apuntaba meticulosamente las compras que los vecinos dejaban a deber y yo enredando con la báscula o provocando a la Pitusa, una perra vieja, gorda y poco simpática,  que  normalmente estaba a sus pies. En un momento dado, María levantó la vista y me dijo:
Don Valeriano, ¿Oliva Feliciano? y Pepe Sama en Villa América
- Anda, no enredes más y sal a ver a Don Valeriano, que esta ahí afuera. Seguro que todavía no lo saludaste.  
         Salí de la tienda, haciendo sonar la campanilla, acompañada de los ladridos de aquella gruñona perra.
 Don Valeriano, un cura en aquel tiempo bastante joven, era menudo, de habla suave y mirada profunda. Se preocupó mucho de los niños, de su formación y ocio y en una ocasión  los llevó a Madrid a ver museos, zoológico y todo lo que pudo con sus escasos medios. Al marcharse,  estuvieron en la casa de mis padres, en donde alguno de ellos vio por primera vez la televisión. Durante unos años, este pequeño cura, vivió en una sencilla habitación en la parte alta de la casa de María.
        Salí pues afuera y saludé a Don Valeriano y también a Ségis, que estaban sentados uno junto al otro en el banco que había adosado a la pared, frente a las  acacias. Hablamos de la familia, de  los trabajos, de Madrid y de mil cosas mas o menos tontas, entrando poco a poco en materia religiosa, hábilmente introducida por él. Yo por no saber mucho que decir, le pregunté con cierta idea de provocarlo:
   - ¿ Cuando les van a dejar a ustedes que puedan ir sin sotana, como todo los demás hombres? .
        El, con esa mirada suya tan característica, me contestó, suavemente:
       - ¿ Y que tiene de malo la sotana?.  Es como si fuera nuestro uniforme,  además de ser un símbolo externo de la  dedicación y la humildad.
       Segis, temible viejo coñon, pícaro y verderón, que extrañamente llevaba un rato sin intervenir, mirando disimuladamente al cielo y pasando la colilla de un lado a otro de los labios, se volvió hacia el cura y con voz  carrasposa, al tiempo que daba con el bastón en el suelo, le espetó:
- ¿ Y a ustedes, cuando coño les van a permitir que se puedan casar?.
         Don Valeriano, sin censurarle el taco y sereno, como si ya esperara la pregunta, respondió:
- Ya sabe usted Segisfredo, que hay una vieja máxima que dice. “El buey solo, bien se lame”. Por algo será....
         Entonces Segis, apoyándose en el bastón, se puso de pié y mirándole a través de aquellas gafas pequeñinas, con los  ojos casi cerrados, muy despacio, remató:
.- Pero no me puede negar.... que es mucho mejor lamerse el uno al otro.
         Las amapolas se quedarían pálidas al lado de los colores que se le subieron a la cara a Don Valeriano.
Segis, con aquella sarcástica  risíta aguda que tenía y  después de carraspear dos o tres veces, lanzó un gargaxu  al suelo y se fue hacia su casa, dejándome solo con el  avergonzado cura.
La oportuna y ruidosa llegada del ALSA, me libró de soltar la carcajada delante de él.
  OTRO ENCUENTRO CON EL CLERO.
Durante los años 50 y alguno mas, Pepe de Amparo, entre otros trabajos, llevaba y cultivaba la huerta de Vista Hermosa, la casa que fue de mi fallecido amigo Jesús González y que estaba al otro lado de la carretera.      Con Pepe, nos pasábamos bastantes ratos  charlando, echando un pito y tomando “media y media” de vino con gaseosa en porrón, traído de Casa Sama.  Este paisano, tenía un gran sentido del humor y mucha confianza con nosotros y entre trucos, cuentínos, chascarrillos y picardías, nos contaba alguna que otra vivencia personal, con esa manera de hablar que parecía que tartamudeaba, pero que era intencionada y resultaba muy graciosa.
          En cierta ocasión y ante una pregunta nuestra, no muy correcta, pero hecha mas con intención de reírnos que de hurgar en sus ideas, el contestó.
         -¿ Qué por qué nun voy a l´iglesia ?.. Pues porque soy probe, rapaces.
       - ¿ Y qué tiene que ver el tener o no tener dinero, con el ir a la iglesia?.
       -  Pues todu y muchu, ya veréis:
           “ Taba yo la mañana tempranu d´un Domingo en la mi huertina, cuando pasóu por´llí Don David montau a caballo. Paróse, miróme con´el  ceño fruncíu  y  preguntóme, :
       - ¿ Qué haces ahí con la fesoria, Pepe ?
       -Pues ya lu vé,  señor cura ,que voy facer ...pues sacando unas pocas patacas...
- Y ¿ No sabes que es pecado trabajar en Domingo ?. Te puedo denunciar a la Guardia Civil...
     - Coña, Don David.  Toy sacándolas pa comer hoy, no pa vendélas.
      - No importa. Estas trabajando y es pecado. Debiste hacerlo ayer.
      - Entre semana non toy folgando. Tengu que trabayar pa otrus, pa sacáme´l jornal y los díes de fiesta yé cuando puedu dedicái un ratín a la mi huerta, pa sacai  cuatru berzas, cuatro cebollas y cuatro patacas... pa´dures penas comer nosotrus y el gochu.
-Las fiestas de guardar, las hizo el Señor para descansar y si El lo dispuso así, debemos de obedecer. Mira, Pepe... Pásate mañana por la sacristía, después de la  Misa y hablaremos.
         Fizo tch-tch  con la llingua al caballo y siguió su camín, tan tiesu.     Al día siguiente, hasta que non pasó el tren, non pude dexar el trabayu y fuíme, Prau del Riu pa´ arriba, con un orballu que calaba l´ alma, hasta la retoral, que  como era ya algo tarde, pensé que ya taría ´llí.  Lleguéi, llaméi y a poco abrió la puerta Mercedes, la sobrina del cura.   Preguntéila por él, y me fizo esperar afora un momentín, eso sí, con la puerta algo tornadína, llegándome d´adentro un olorcín a bonítu al forno, que ficieronme sonar les tripes.
              Al ratín, salío Don David, con cara de fastídiu, llevando al cuellu una servilletina con una mancha de vino y un papelín en la mano.”
       - Toma Pepe, paga cinco durínos y con esto, ya  puedes trabajar los días de fiesta ...y enséñalo cuando te lo pida la Guardia Civil.
- Señor Cura...yo nun llevo tantes perras encima y non sabía que había que pagaile algu a usted...
- Este dinero no es para mi, Pepe, es para la Iglesia, por concederte una dispensa... una licencia, para trabajar los días de fiesta. Eso sí,... sin fines lucrativos....solamente para cubrir vuestras necesidades. Pues ya lo sabes,  Toma el permiso y el próximo Domingo me lo pagas, después de la Misa. Vete con Dios.-
         Cerró la puerta, y fuese el olorcín aquel tan rico, marchando yo camín abaxu pa ´casa, echandu puñetas y pensandu en lu bien que me hubiera sentau un vasín de vino pa quitáme la friolera que se me iba faciendu mayor a medida que pensaba en los cinco jodíos durus.
          Y al Domingo siguiente, allí taba yo, delante la Iglesia, esperando a que marcharan toda la xente que se  quedara en la puerta cuchicheando y cuando ya saliú Don David, fumando un pitu, siguieron unes cuantes muyeres charlando un ratu con´él, muy zalameras y adulonas, hasta  que quedóse solu, caminando ya  hacia la retoral. Entóncenes, plantéme delante d´él, saquéi aquellos billetes que llevaba en bolsu con la mano bien apretadina  y  dixei:
  - Tenga , Señor Cura. Ya toy en paz con la Iglesia y con la Guardia Civil.
  - No digas barbaridades Pepe. No es que estés o no en paz con nadie. Ya te dije que es un permiso para que, si tienes que trabajar en domingo, quedes eximido del pecado... y a propósito... no te vi hoy en la Misa...
   - Ni volverá a véme, Señor Cura. Dios débi de saber como nos arreglamos los probes, pues de los ricos, bien que se ocupen ustedes. Adiós.
      Y marchéme da´llí, mas contento que un gorrión y  xuro por mi alma, que de verdá,  non  volvió a veme por allí... porque si hay Dios, ya nos arreglaremos El y yo...”
       Jesús y yo, nos quedamos con la sonrisa a medias, mirándonos calladamente y sin hacer comentario alguno, comprendiendo que aquella rebeldía de Pepe tenía sus fundamentos. Pasados los años, cambiaron las cosas bastante dentro y fuera de La Iglesia y los injustos privilegios y los obligados temores se quedaron atrás, siendo  ahora la gente, posiblemente,  mas responsable de sus propios actos.
(continuará...)


[1] Segunda entrada  de las tres en que dividimos las crónicas  enviadas por  Carlos Rodríguez-Navia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario