Morondo, un "chalgueiro" de Riberas |
“Ayalga” significa en lengua asturiana «tesoro escondido». Las Ayalgas son ninfas que ocultan inmensas riquezas. Habitan en palacios ocultos en el seno de alguna montaña o bajo las ruinas de algún antiquísimo torreón.[1]
“en la cima del monte, donde se aglomeran rocas disgregadas, enormes, calcinadas por el sol, como ruinas de moradas ciclópeas cubiertas por helechos y de rosales silvestres que brotan en las grietas y hendiduras de las peñas dislocadas; en los picachos donde ahora yacen amontonadas por el estrago de los tiempos las ruinas de los castillos romanos o góticos, se ve brillar en las noches oscuras, una lucecita cárdena que oscila o salta de bloq en bloque o de sillar en sillar, y que puede servir de guía al navegante que busca la orilla o al peregrino que atraviesa los montes. Es una Atalaya, el genio melancólico de la ruina, lindísima vaporosas…(…) y si el osado paladín consigue acercarse a ella y tocarla con una rama de sauce, la llama se apaga y entonces aparece la Atalaya en todo el esplendor y belleza, dispuesta a hacer dichoso y rico a su libertador con la hermosura que ella le ofrece y las riquezas que guarda en su palacio”[2]
Muy probablemente, ni Alfonso el Morondo, ni Arturo, ni Milio, del Castro, en su vida escuharon hablar de Ayalgas y de Atalayas, pero sin embargo dedicaron un tiempo de ella, sin saberlo, a buscarlas.
A continuación ofrecemos los relatos que estos tres “chalgueiros” hicieron de sus experiencias como buscadores de tesoros.
Recuerdos de Alfonso Peláez, el Morondo, buscando el tesoro de Doña Palla [3]
“Que hay una entrada que va desde el río por bajo… porque decían que antiguamente el río, y llevan razón, porque el río bajaba por el pié de donde ye la vía ahora, y bajaba a desembocar en el Pical. Un poca más arriba del Pical, allí topamos nosotros un cementerio, y decía una muyer del Castro, l`agüela de Arturo, y acuérdase ella de que había un puente pa pasar. Y donde taba el Nalón y la peña, pasaba un reguerín muy pequeño, y que allí era la entrada, y por allí se subía al castillo.
El castillo tien cinco metros la pared de gruesa: allí tan pa medilas tuvía. Tuvía voy pa ya yo y digo medii por aquí y por aquí. Y nosotros bajamos por la parte de arriba del Castro. Bajas y después subes a plomo arriba. Hoy nun subía si me dan todo el oro del mundo, porque nun llegu arriba.
Y nosotros topamos allí…, ¿cómo te diría?, como si fuera una vara delgada así o algo más, como cortada…, un fierro, vaya, a pedacinos así, todos igual. Que era de oro. Bueno y ¿de donde sacaban el oro ellos ya?. Y platinos pequeños de poner a eso, pequeños así, tamién los topamos.
(Pregunta): ―¿Eso tendría valor?
¡Eran oro, chico!…, ¡aquello era oro tamién! Y la pipa del oro, ¿como llamaban?.. el moro Juan , tienla Emilio el castro, en Soto. Tuvía la tendrá. Esi nun la tira nin que tea … Ye un chirimbolo como un puño, echas el…,cómo se llama? El opio… De aquella fumaban mucho…, aquellos… Yo fumé una fumada y si nun me echan un caldero de agua muero. Bueno…, tenía un hueco así y fumábase ….Yo nun la fumé ninguna vez.. Yo aquello no me entraba…
De allí bajamos once pasos de escalera. Fuimos cabando y bajando, ¿¡eh!?. Y fue Arturo a una esperitista de… ¡una babayada!… que yo nunca creí nada de eso… yo de sobra… me cago en d…. que allí no había dios que… Y el caso ye que dijoi aquella muyer… Arturo nun se si moriría… debe tar vivo… que… el tesoro que taba debajo, por enfrente de unas madreñas que había allí, y había un paisano que tenía barba… Contaba todo eso… y me cago en tal, pues el paisano de la barba era yo… y tenía unas madreñas y estaba sentado y con madreñas…
Y furamos, furamos y fue lo primero que topamos, fue el cementerio.
(pregunta): ―¿Qué había calaveras?
¡Calaveras!... ¡y huesos!... ¡y todo allí!... Yo aquellu… vaya…, nun era que nada, pero nun, nun me gustaba…, nun me gustaba. Digo, yo nun escarbo esto porque… va, nun me gustaba aquello. Y el suelo era todo regodón. ¿sabéis lo que ye regodón?, ¿¡eh!?. [piedras de río] pequeñas como huevos de pita o menos, ¿eh?. Y lo que lu aguantaba, pa que nun se deshiciera, era como si fuera betún negro, una pasta que nunca supimos que clase de pasta era. Y así taba todo el edificio por dentro… quiero decite, todos los apartamentos. Y topamos un esquilón grande. ¡uy! el esquión… como el caldero aquél…no, pero un poco más pequeño era.
(pregunta): ¿ Como un cencerro de vaca?
¡¿eehh?!.. ¡¡Mayor oh!!, claro, mucho mayor… [ininteligibl] … y tenía un fierro así… debía ser que taba garrao en la pared. Y el caso al andar… no, no era de mayor… que se yo lo que tenía allí, porque yo no me acuerdo, que yo nun se si lo partimos, si que pasó de lo engarrotao que taba. Na, era esquila y, cuya esquila aquella, que llamabamos la esquila, llevola uno que llamábamos Luis, que compraba fierro…, que era gallego…, de Santianes.
Teníamos una tina, que llamaban unas tinas, que hoy no las hay, como esas barricas grandes de vino y eso…, pero de las grandes ¿eh?. Llegamos llenala. Llevola él…. Pero nun me acuerdo lu que nus dio, era poco. Fierros…., pero entre aquellos fierros igual iban que valían, que nosotros desconocíamos.
(pregunta):― ¿Y el que hacía de director de obra, el de Pravia, no llevó nada?
Yo…, al menos delantre de mí no. Esti… don Manuel de la Torre, llamábamos… Yo en aquel paisano nunca me gustó. Cada vez que venía yo me hacía que tenía uno u otro… yo tenía que marchar. No me gustaba aquél paisano.
Y nun vayas a creer… qué trabajábamos, a horas, pero trabajábamos mucho. Y … que nun se de quien ye ese monte, que ye el pico entero… ye…, llámase González, que vivía en la Barrera en Peñaullán y casose en Puentevega. Por eso cogí yo el asunto de cabar ahí. El que lo cogí fui yo. Íbamos a Puentevega y veníamos y, así hablando de cosas de esas y tal, coño, dicen esto, digo, coño, el monte tuyo…
(pregunta): ―¿De que taba plantao?
De castaños, de robles, del año de la nana, hombre… quisiera que fueras…
(pregunta): ―Pero, ¿ahora no se ve nada de todo eso?
Yo no se como tará, pero allí hay miles y miles de toneladas de piedra. La piedra nadie la lleva de allí. ¿por dónde la llevas? Si sueltas una piedra por allí pa baxo, me cago en d., pasa por enrriba de la carretera al río, que si yo…
(pregunta): ―¿No encontrarían nada cuando hicieron la vía?
Mira, dicen que cuando hicieron la vía, yo acuerdome de la máquina, era rapacín, una máquina, caro, de aquella andaba con carbón, ¿nun sabes?, y arrancaba tierra, pero bueno, muy antigua. Un día, dicen, dicen…, yo dígote lo que me dixeron, ahí taba el que decían que era el “pozu Federico”, que era donde taba el tesoro debajo. Qu allí llamaban la Huerta las Monjas, y pal otro lao del regueiro, yo te digo donde ye tuvía la casa de Doñá Urraca…, donde era. Ahí ta tuvía…, ahora claro …[ininteligible]… y eso que era un palacio muy grande.
La Huerta de las Monjas queda pa esti lao, pal lao de Riberas, en el regueiro aquél de allí… y pal otro lao queda la casa de Doña Urraca. Y ¿tu sabes donde era la casa de Doña Urraca?. ¿tu sabes la casa de Esteban del Caseiro?, en la Imera. Allí iba a pescar. Iba a pescar allí, según decían de eso.
Y el libro de eso, nun vayas a creer que nun lo hay. El libro tuvímoslo nosotros…, túvilo yo…, tuvímoslo nosotros, y, dígote de que ye…, ye de…, de piel de merina, ye de piel de animal. Ese libro anda por la Roñada o por ahí, en Valdemora…. Ta pur i.
Esi libro nun lu sueltan.
Ahí ta el libro, y cuyo libro llevároslo. ¿Tu nun sabes donde taba una de… [ininteligible].. debajo de casa tuya, onde se tira pa la Bernadal, y había una casada allí, y tuvía había moros, y fui…, no , fueron allá, que yo nun fui, y el moro quería quedase con el libro de cualquier forma. Translució [(tradujo)] no se que en el extranjero. Después tredujeron en Oviedo. ¿Qué crees…? Gastáronse perras.
Y después fuimos a la cueva de Uxiles…”
Y continúa Morondo relatándonos la excursión que hizo a la Cueva de Uxiles, conocida también como “la Cueva’lSoldáu”, junto con Arturo, Milio y Luis el de Amada:
“(…) hoy nun cojo, comu voy coger . Yo soy de los que digo que la piedra miedra, porque yo vilo que fue allí y entró y, después de pasar años nun pudo entrar.
(pregunta)―¿Engordaría?
―Na, decían que taba hasta más delgao.”
Y luego nos cuenta la excursión que hizo a la cueva de Doña Urraca, en la zona de la Cabruñana, en la bicicleta de Alfredo Lola. “p’arriba Grao, en los Freisnos que llamaban…”
Y para acabar con las historias de la búsqueda de tesoros nos cuenta:
“Eso de los tesoros, voy decite la verdá, yo soy uno…, con los aparatos que hay hoy, que nun gastaría muchas horas tirao po los chigres, eh!
Mira, ye ma marca de los sitios, no, no, nun ye onde quieras, nun se cava onde quiera, ese ye un detalle, en tal sitio, en tal sitio, en tal sitio…, (…) Con un coso de esos, con un maraca metales que hay buenos, ¿vístelos?, yo tuve viéndolos esti día, que llevan motor y todo…, buscas a la profundidad que quieras y todo… Tú crees que de cuando la guerra nun hay …
Mira, sin ir más allá, ves en la Arquera… Ahí marchó un miliciano con un sacao, acuerdome, era yo un rapacín, tábamos en la bolera que llamábamos “La Fontanina” […] Aquél marchó, llevaba un sacao… Entonces los señores acostumbraban a tener alpaca, plata…, desto pa un día que hacían un convite, y eso y tal.. era de qué presumían, de eso. Llevaba un sacao y meteuse pa “La Fontanina” p’allí, y después vino sin nada. Aquel enterrolo allí.
Y como eso mira, ahí…, aquí junto a casa Germán [se refiere a Germán del Tiñoso], la Isla era por bajo. Ahí ya ves que hay carretera antigua y carretera moderna, onde tan las piraguas ye la carreta vieja que pasaba arrimao a la casa, y p’acá, había una esquina que entraba a la Isla. Yo voy p’allá y digo: ―mira ye aquí. Y ahí vi yo tres venir, después de la guerra, que conoci uno que tuviera aquí cuando la guerra, … Anduvieron cavando, locos. Yo digo: ―Bueno pero ¿qué buscáis?, ― nada, nada, na, y digo yo: ―Pero bueno, esto nun ye la entrada La Isla, esta ye la nueva, pero la vieja taba allí. Y dijéis donde era. Claro ta rellenao por la tierra. Diz el ―¡oooh-y!, ta lu menos a cinco o seis metros de profundidad…. Y lo dejaron. Y, después dijeron que tenían cosa que valía allí.
Perras s’escondió mucho que nun parecieron más. Claro, mucha gente murió, bobo. Y el que venía a un pueblo, entraba en pueblo y tenía la ocasión de entrar n’una casa y enganchar enganchaba. Yo se de Riberas …
Hasta aquí el relato de Alfonso el Morondo. Uno de sus compañeros de aventura, Arturo el del Castro, nos contó en el año 2001[4], que había excavado en las ruinas del castillo de doña Palla junto con Milio y Morondo y que habían sacado un bidón lleno de puntas de lanza, trozos de oro, cencerros, una llave echa a molde, ruedas de molino…. Las ruedas de molino se las llevo Manuel de la Torre y la “chatarra” la vendió Milio a un chatarrero.
Al excavar aparecían cáscaras y cenizas. Encontraron unas escaleras y paredes gruesas divisorias. Los antiguos afirmaban que al excavar en las ruinas del castillo aparecerían cascaras, cenizas y un saco de veneno que si se rompía se moría, y debajo de todo esto había un buey de oro.
Se acordaba de oír contar a su suegra que chavales de Riberas, entre los que estaba Miguel de Carrrocero, buceando en la peña del Rosico habían encontrado una cavidad que pasaba por debajo de la carretera y que probablemente fuese un pasadizo hacia el castillo. El río, dice, antiguamente iba paralelo a la vía de Santianes, y no venía, como ahora, a dar la vuelta en el Rosico . Cuando se hizo la caja para las vías del “Estratégico” se tapó la entrada, del supuesto pasadizo, con escombros.
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También nos relataba Arturo el episodio de la vidente: Fueron a Gijón a ver a una espiritista y dejó mandado colocar en el cerro del castillo varios objetos (chaquetas, madreñas …) y la espiritista supo la colocación exacta de esos objetos y predijo la existencia de un tesoro.
Por último nos contó Arturo que hacía años, arando una tierra en la ladera Castro, había encontrado cimientos de un poblado de unas sesenta casas….
El relato del tercer componente del equipo de buscadores de tesoros, de Milio el Castro lo encontramos en el libro “TESOROS,AYALGAS Y CHALGUEIROS,”[5]:
Buscando el tesoro en el castro de Doña Palla
Bueno, pues empezamos a indagar y busca por aquí y busca por allá, quien era el dueño de aquello, porque mi abuela decía: ―Este ye el monte de mi madrina”, pero la madrina de mi abuela ya muriera, ¿Qué sé yo quien era la madrina? Con que allá por fin, yo supe que en Peñaullán, los del maestro viejo de Peñaullán, que eran los que administraban eso, que no era d’ellos, taban administrando ahí. Entós yo [a] Gonzalo, que lo conocía bien, fuimos a la escuela juntos, pregunté-y si me daba permiso pa mirar ahí. Conté-y aquello y diz él:
―Si, home, sí, mira lo que quieras, nun me estropeando los arboles…
Empezamos, me cago en d., a mirar, y a mirar, y a mirar… ¿qué encontramos allí? Pues yo tesoro no encontré ninguno, desde luego, encontré cosas, encontré una lanza, encontré ciertas cosas, utensilios de fierro de diferentes maneras, hebillones de mulos, ostras de mar ¡me cago en d., mayores que un plato! Bueno, la cosa es que, ¡me cago en la madre del gallo!, busca y busca y busca, y aquello era una muralla. Aquel monte ye redondo, pero alrededor todo había un muro, y no era un muro de veinte centímetros, había sitios que tien cuatro metros de grueso, ¿eh?, de espesor, ¿eh? Bueno, ahí encontré yo varias cosas y entre ellas encontré una pipa que tengo ahí, una pipa romana o pa puta su madre, debía de ser un marino porque tien la construcción de una embarcación. Por bajo la suela de una barca, por detrás la popa y por delante el branque, que se llama, y enriza el furaco de meter y detrás una cosa pa fumar. Bueno con que ye lo que te digo, encontramos ahí todas esas cosas, tesoro no encontré ninguno.
Parece ser que después de marchar yo de allí, fueron otros a escabar ahí tamién, y parece ser que sí, parece ser según me dijeron a mí, además vino en el periódico, que hubieran encontráu alguna moneda ahí, un pequeño tesorillo decía y tal. Pero fueron otros, yo no sé quien fue. Y díje-ys la verdá, digo yo:
―Oye una cosa, yo es cierto que trabajé ahí bastante, porque el descubridor d’eso fui yo, yo y otro compañero, pedimos permiso al dueño, nos dejó trabajar ahí y eso es lo que apareció ahí. Ahora, yo tesoro no encontré ninguno, la pura verdá, ¡eh! Yo no encontré nada, encontré cinco mallas, eran cinco mallas como si fuera la cadena de un reló, solamente que más gordas, más gruesas, pero no estaban soldadas, malla doblada pero sin tar soldadas. Y sí, sí, aquellas dígote que parecía oro, porque limpiabaslo …¡me cago en…!, ¡brillaba…!
Yo no sé qué camín llevaron, chico, me desaparecieron de casa. Yo no las tengo. Me queda namás que eso, esa pipa que tengo ahí. Y lo demás, yo llavábalo pa casa: Yo y Arturo algo llevamos ¿no?, de material d’ese. Y yo pues… había un bidoáu allí, ¿eh? De lo que yo iba carretando metilo en un bidón, como si fuera un bidón de gasoil d’esos grandes, de fierros, de lluecas, de cincuenta mil cosas, una lanza romana que encontré nueva …
Y yo taba trabajando aquí en “El Estratégico”, aquí en el Ferrol-Gijón, y llego un día pa casa y dizme mi abuelo:
―¡Milio…!
Digo yo:
―¡¿Qué quier, ho?
Diz él:
―Vino por aquí un rapaz comprando… que si tenía chatarra, patatín que patatán, y vendí-ylo.
Digo yo:
―¡Cago en dios, ta bien, ande! ¡Vendiólo …, vendiólo!
El vendiólo y yo ¿qué iba a hacer?, después de vendío ¿Qué iba a hacer yo? Y además, ¿qué sabía yo si eso tenía valor o si nun tenía valor o si la madre que lo parió? Hebillones de mulos, lluecas grandes, pequeñas, fierros de cincuentamil razas…Encontré dos platos grandes como si fueran unos platillos de tocar la banda de música. Y Claro, eran gruesos, un poco más gruesos que eso [se refiere a una taza de porcelana], pero facías así [retorcelos con las manos] y, me cago en diez, rompían, taban quemaos del fuego, poque aquello ardió entero, ¿eh? Allí apareció más ceniza y huesos y cachos de madera quemada que la puta que lo parió. Allí seguramente murieron quemaos, me cago en dios. Yo parezme que encontramos hasta la dentadura de personas, como si fueran dientes de personas, y huesos y cincuenta mil cosas, pero todo quemau. Y algunos partíos, cortaos como si fuera con un hacha, eran gordos, debían se de animales o de fuera, bueno, eso es lo que vi yo allí. Yo allí nun vi otra cosa. Dinero que iba yo buscando detrás del tesoro, eso pa mí no hubo nada. Si alguno lo encontró…
(…)
Un hallazgo en el Rosico
En un sitio que llaman el Rosico, en el reguero de Doña Palla, ahí había unos molinos, de moler escanda, maíz, trigo… Y ahí entre el Rosico y Doña Palla parece ser, según se habló, que apareciera un aldabillón, o sea, una aldaba, como si fuera una argolla, y que se hubiera vendío en Oviedo nun sé en cuanto. Eso si es cierto que se oyó, pero oye una cosa, yo hablo de oídas, nun ye que yo lo viera, ¿eh?[6]
El libro de los tesoros
El libro era de Pepe y Eusebio, de La Matiella, dos hermanos. Pues oye una cosa, decían que había leyendas. Coño, pues hay un libro de tal que ta en la Matiella. Cago en dios, vamos p’allá y ya hubiera muerto el paisano. Y había una hermana. Preguntámos-y y diz ella:
―Sí, hombre, sí aquí tuvimos ese libro, y era nuestro, pero ese libro ahora ta en Avilés. Lo tien un municipal.
Dionos el nombre del municipal, fuimos al municipal por parte d’ella y prestónoslo. Y fue donde saqué yo los apuntes esos. era un libro así de gordo, ¿eh?, con unos cartones de cuero. La mitá de las letras ya nun se conocían, de la natiguedá…, tenían muchos años. Y los cartones parecía que estaban apolillaos de la cantidá de cientos de años que tenían. Pues luego cogimos los apuntes, vino el paisano a mi casa después de tiempo, después de pasar dos o tres meses vino a mi casa él.
― ¿qué, cogiste algo?
―Si, si, ya cogimos aquí…
Yo cogí [apuntes] de lo que yo conocía, de lo que me parecía a mi que tal. Si cojo todos aquellos apuntes taba escribiendo hoy tovía. Y vino el paisano y llevó el libro. Y por esos apuntes yo fui después aquí al Freisno de Grao. Y hay un sitio allí que llama la Fuente Plana ….
(…) Y entonces pues…, bueno tuvimos allí. Yo allí nun cavé, ¿eh? allí nun fuimos a cavar nada, pero taba exactamente igual que lo que decía el papel. Ahí daba un tesoro enterráu también.
Buscando el tesoro en la Cueva’l Soldau
La cueva de Uxiles fue un lugar muy frecuentado por los jóvenes de Riberas en sus excursiones En la foto Carlos y Pili a la entrada de la cueva (Foto: Carlos R.Navia) |
Yo entré desnudo, amarrao con una cuerda, y Arturo también, y un hijo de Amada la de Usíliz, que fue con nosotros y que precisamente trajo él la gavita de amarrar los carros, las cuerdas de amarrar los carros de hierba. Empalmamoslas y el primero entré yo. Taba el agua aquella mas fría que la puta que la parió, de verano. Bueno, y allí miramos con varas y con una cosa y con otra y nun vimos caldera colgada, que había una caldera colgada, que había un puente… Allí no había nada de nada. Digo yo:
―¡Aquí lo que hay ye mierda!
Entramos con la linterna en la boca. Y decíame Arturo desde fuera:
―¡Milio, ten cuidáu, eh!, ¡nun vayan ser aguas lisas…!
Que bajas y te tragan, ¿eh?, podía ser un ojo de mar, que te puede chipar. Y yo iba amarrau pola cintura. Digo yo:
―Bueno, ¡ si ves que gayo o grito, tirái p’atrás!
Pasé yo, allá me coloqué onde pude. Oye una cosa, aquello nun se el fondo que tendrá, ¿eh?, pero igual tien cinco o seis metros de profundidá de agua, ¿eh?, lo que calábamos nosotros por allí. Y digo yo:
―Bueno, yo toi aquí, ¿qué?, ¿entras tú?
Y digo yo:
― Oye una cosa, ¿eh?, yo voy soltame, pero un me jodáis, ¿eh? ¡Nun vaya a quedar yo aquí dentro…!
Digo yo:
―Bueno, me cago en dios, yo tenía la linterna, y si no entran yo tírome a nadar y salgo por la boca por donde entré, ¿comprendes?
Entró él, y ahí tuvimos más de hora y media dentro. Ahí tuvimos, mira y mira, y busca y busca… Y digo yo:
―Aquí no hay nada de lo que diz el papel, Arturo.
Y no volví a ninguna parte más. Ahora, yo vos digo a vosotros que tesoros enterraos existe, ¡eh! Aquí tuvieron los moros, dejaron tesoros guardaos, aquí tuvieron los romanos, dejaron cosas guardadas, aquí vino la guerra civil…
SE NON È VERO, È BEN TROVATO
[1] Tomado de “El gran libro de la Mitología Asturiana” de ediciones Trabe, escrito por Xuan Xosé Sanchez Vicente y Xesús Cañedo Valle. Oviedo 2003. Pag 170
[2] Rogelio Jove y Bravo, Mitos y supersticiones de Asturias, Uvieu, 1903 pags 53-54. (Texto sacado del libro de la nota 1)
[3] Entrevista, grabada en cinta de cassette , en la Plana, Riberas, el 8 de julio de 2003.
[4] Conversación con Arturo en el Castro, el 19 de agosto de 2001.
[5] Jesús Suárez López. “TESOROS, AYALGAS Y CHALGUEIROS la fiebre del oro en Asturias” Fundación Municipal de Cultura, Educación y Universidad Popular del Ayuntamiento de Gijón, Gijón, 2001 Capítulo VIII I Memorias de Emilio Fernández Cuervo (Entrevista realizada el 25 de septiembre de 1988). Pag 433-441
[6] Referente a este hallazgo, en las Noticias Históricas del Concejo de Pravia escritas por Juan Antonio Bances y Valdés podemos leer: “Eran dueños Doña Palla y su marido por su abolengo de lo mejor de los Concejos de Pravia, Valdés y Salas; y así fundaron las Casas solares de Doña Palla, de Pravia, Villamar, Cadevedo, Duque de Estrada y Busto; y para inferir quál sería el menage y ajoares de su Palacio, bastará saber con la mayor certeza, que se halló en el arroyo que pasa al pie de Doña Palla, en últimos de. año pasado de 1803, con motivo de una excavación para fabricar un molino, un aldabón grande de oro fino como de tirar un cajón, de peso de nueve onzas, que se benefició en Oviedo públicamente.
Felicidad .....Sois los mejores...un saludo
ResponderEliminarCon tus comentarios me has hecho reir, emocionarme y llorar, gracias a esa fantasia e inocencia, tienes fuerzas para superar todas las pruebas que la vida te pone en tu camino, seguro que si mi padre pudiese oirte , aportaria alguna idea mas para agrandar tu leyenda , recordando estas cosas, me parece estar escuchando tu voz y esa manera de describir tus vivencias con ese inconfundible acento de Riberas que es dificil de olvidar. Josi
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