viernes, 1 de mayo de 2015

Nuestras Horas en Cuba (I)



Primera entrega del relato enviado por nuestro colaborador
Carlos Rodríguez -Navia

Algunas motivaciones


Desde la época de mi vida sensible o casi adulta, Cuba formaba parte de los recuerdos y anécdotas que contaban mi madre y sobre todo mi tío Evaristo, ya que él, había estado bastantes años por allí, al igual que su padre lo había hecho anteriormente.

 De los relatos oídos a retazos y por las distintas circunstancias de cada momento, me fui enterando de que mi abuelo había sido agente de Aduana del Puerto de la Habana, aunque no sé, aparte de hablar correctamente el inglés, que otros conocimientos o preparación debía de tener. Estuvo  en Cuba unos veinte años y desde allí, había ido comprendiendo el problema de España y sus colonias, puesto que era bastante  evidente que se  estaba perdiendo aquello por la mala política colonial de Fernando VII. Parece que debió ser un español un tanto raro, en el sentido de que tenía  amistad o simpatizaba con grupos más o menos subversivos de entonces, como los ñañigos o el Partido Revolucionario Cubano, fundado por José Martí y que también  tuvo cierto grado de amistad  con Maceo. También me enteré de que había padecido el dengue, enfermedad tropical transmitida por ciertos mosquitos y que produce altas fiebres y trastornos intestinales.

          Por otro lado, allí conoció también a D. Manuel María de Labra, quien, casualmente, años mas tarde, alguno de sus descendientes se emparentaron con mi familia. Ese señor, nació en  La Habana  vino a España, estudió y acabó Derecho, se hizo republicano de Salmerón y colaboró con la Institución Libre de Enseñanza. Llegó a diputado y senador promoviendo innumerables   debates en la Cámara de Diputados y siguiendo las mismas ideas que Carlos Manuel de Céspedes, consiguió abolir la esclavitud en la Isla de Cuba, lo que al menos, en la pura ley, quedó establecido así, aunque la realidad fue distinta, hasta bastantes años después.

 Más o menos en 1886, antes del la guerra con Estados Unidos, con unos buenos ahorros, el abuelo Evaristo se vino para Asturias, en donde ya conocía a una guapa señorita llamada Cándida, con la que se casó y tuvieron 4 hijos, tres hembras: Clarisa, Sagrario, Marina (mi madre) y  el mayor, un varón también llamado Evaristo o cordialmente Istín. En Asturias, concretamente en Riberas de Pravia, una pequeña aldea perteneciente  al Concejo de Soto del Barco, hizo levantar  una casona de piedra de tres plantas y con  300 m2. de superficie total, con su mirador y la galería típica de la zona, sin escatimar en los materiales más nobles de entonces, pero sin ostentación alguna, siendo muy generoso con los jornales de los trabajadores. Curiosamente había una cláusula con el contratista, en la que se advertía que solamente se les podía dar angulas y salmón para comer, una vez a la semana, reclamación  muy normal entonces.

De pié Evaristo Martínez Muñiz (Istin), Candida Muñiz y dos jovenes desconocidas, sentados Angel (el Sayón), Clarisa Martínez Muñiz, Rosa Sánchez de Labra (madre de Carmina y Mª Rosa), Sagrario y Marina Martínez Muñiz
Año 1905 delante de casa "Marina Cándida"


Plantó una palmera, como era costumbre de todos los que venían de allá con cierta prosperidad y también  una magnolia. En la pared de su despacho, tenía un cuadro al óleo,  de cuerpo entero, con el uniforme de oficial de aduanas y debajo un precioso machete de gala, regalo personal de Maceo. También se había traído un vistoso guacamayo, experto alumno en aprender los “tacos”, que los mozos del pueblo y los obreros le  repetían continuamente. Según me contó mi madre,  en una ocasión, este loro hizo que se descalabrara un entierro, en el que el ataúd era llevado a hombros por los paisanos detrás del cura y los monaguillos y cuando la comitiva pasaba delante de casa, el parlanchín guaca, soltó toda una retahíla  de carajos, coños y puñetas, que provocó la risa  y el tambaleo  de los portadores del féretro.

Solicitud del permiso para construir la casa presentada por Evaristo Martínez
el 7 de abril de 1896  


            Mi abuelo, se dedicó posteriormente a la vida placentera y tranquila de  leer y pasear por tierras y montes, contemplando como, al igual que los hijos, iban aumentando de tamaño y porte. Era bastante guasón, ingenioso, amistoso y cordial, pero muy marcado por la época, en cuanto a su independencia y su proceder fuera de casa. Parece ser que también era experto en organizar cencerradas, antigua costumbre que consistía en dar una larga serenata con cencerros, campanas y cascabeles, durante la noche de bodas de  alguna viuda con soltero. En las dos temporadas (1908-09) en las que el poeta y diplomático nicaragüense Rubén Darío pasó en Riberas y en San Juan de la Arena, mantuvo con él, algunas conversaciones y discusiones, acompañados de buenas libaciones etílicas, siendo de los pocos que en aquellos tiempos consumían whisky. 

Cencerrada en Riberas


 Lo malo fue, que muy cerca de la casa, en la misma carretera, en El Parador, había un parada de la línea de postas,  delante de lo que se llamaba curiosamente Casa de Socorro, por llamarse así la dueña, una señorona viuda de gran maña para la cocina y que aparte de dar de comer, llevaba una  fonda, en lo que pernoctaban algunos viajeros. Con el tiempo, en un salón de la primera planta, abrió una especia de pequeño casino, a donde acudían solo los varones a tomar café y comentar las noticias aparte de jugarse largas partidas de cartas, principalmente al juego llamado el monte, peligroso y atractivo, como casi todos los juegos de envite.

           El abuelo Evaristo, se fue aficionando a jugar  sin darse demasiada  cuenta de que iba perdiendo dinero y tierras y que, paradójicamente, en aquella casa de Socorro, estaba perdiendo su salud. Una noche, después de haber abusado de la bebida, tabaco y café, de regreso de una de esas alborotadas noches, a la puerta de su casa, un fulminante infarto le llevó al eterno silencio, a los 75 años.

Necrológica publicada el 16 de septiembre de 1925 por el diario "La Prensa"

En aquel reducido garito,  habían ocurrido algunos altercados más o menos serios y en una ocasión se produjo la extraña muerte de un viajero, parece ser que llegando a implicar a un hijo de Socorro. No sé realmente como llegó a terminar aquel asunto, pero lo cierto es que  la Casa de Socorro cerró su timba y continuó con su negocio de parada y fonda, heredado posteriormente por su hija María, que además  abrió una pequeña tienda colmado, de esas que tenían de todo: vino, aceite, conservas, embutido, legumbres y también guadañas, zapícas, hoces, zapatillas y madreñas  y de cuyo ennegrecido techo colgaban chorizos y morcillas, todo ello  “higiénicamente protegido” por los papeles atrapamoscas.

En mi primera juventud, al llegar la época de veraneo e irnos a pasarlo en la casa, era visita obligada  ver a María y de paso comprarnos unas alpargatas de esparto y aún permanece en mi memoria, aquella mezcla de olores a café, patata, bacalao, tocino y  mexada de gato.

Esa zona del Parador, durante muchos años, sin haber plaza ni mas espacio que la carretera misma, fue como el centro cívico comercial de la aldea, pues además de esa tienda, había un par de casas, un bar o chigre, con bolera incluida y también estaba la barbería de Alfredo,  razón por la que, en los sábados principalmente, se juntaban mozos y mayores, para hacer uso de alguno de los tres establecimientos.

Fuente: Hojasdeprensa.blogspot.com.es
Cuando en 1925 se murió mi abuelo, mi tío Istín se vino para España, abandonando un buen trabajo que tenía en La Habana, en la Óptica Almendares, junto con su primo Félix. Ya en Asturias, se encargó de administrar lo que quedaba y de organizar su vida. Permaneció soltero, más que por vocación, por dedicación y atención  hacia su familia. Poco después, casada ya mi madre, fallecieron las dos hermanas intermedias y en 1934, la abuela Cándida.

            El tito Istín, tuvo una especial predilección por mí y yo le correspondí con igual afecto, acompañándole mucho, ya desde mocito, en sus muchos y largos paseos por los campos y los montes, aprovechando él la ocasión para ir inculcándome el respeto y el valor de los árboles, el agua y los animales. Me enseñó a ver, oír, oler, tocar y gustar de toda la belleza de La Naturaleza, en sus tardes de lluvia o de los atardeceres lánguidos; de entender la alegría y el volar de los pájaros en Primavera, contemplar serenamente una aparatosa tormenta o la nada simple pero diaria, puesta del sol.

,       Era, al igual que el abuelo,  antibelicista, republicano y anticlerical, con un humanidad y una mansedumbre poco corriente en los varones de aquellos tiempos y sobre todo en quienes habían viajado, como él, por una América aun no muy civilizada,  teniendo por norma, un alto  concepto del respeto y la tolerancia.

Lo pasó muy mal después de la guerra, por sus ideas y tuvo que trabajar en empleos que nada tenían que ver su preparación y su nivel cultural, pues era un hombre con unos conocimientos comerciales muy modernos y hablaba ingles perfectamente.

Era más bien callado y observador, pero a veces  soltaba la lengua contándonos cosas de sus etapas en New York, Puerto Rico o Cuba. También recuerdo que nos contó uno de sus viajes a Alemania, en 1819, recién perdida la I  Guerra  Mundial y el recelo que le produjo ver como, en escuelas, talleres y fábricas, dedicaban una hora al día para la enseñanza del la instrucción militar, usando palos de madera, en lugar de fusiles. El ya intuyó entonces, la futura represalia de un país que se había sentido profundamente humillado.

          Cuando en 1955 se murió, también de infarto, sentí mucha tristeza por el alejamiento de alguien tan cercano pero cuando mi madre, preocupada por el agnosticismo de su hermano, quiso hacer un funeral al estilo de la época, con tres curas dando vueltas e incensando el ataúd, no pude contener la risa al pensar, que él,  de haber sentido algo, seguro que, jocosamente, les hubiera dicho a los curas y a los asistentes, que se fueran a comer en su honor y que le dejaran en paz...

No me cabe la menor duda, de que el influyó mas que nadie en mi formación interna y aún hoy, pasados 60 años, siento a veces, como si estuviera  a mi lado cuando contemplo algo que a el le hubiera gustado ver y estoy  seguro que, de haber vivido en estos tiempos, formaría parte comprometida de Green Peace o alguna otra organización similar que no fuera ni estatal ni religiosa.

          Ángel, primo hermano de mi madre e Istín, fue otro familiar  que se había ido a Cuba, casi de adolescente, pero que  se quedó allí definitivamente aunque  escribía  con alguna frecuencia  recordando mucho a su Asturias natal.  En 1952, envío  unas  fotografías (que aún conservo), en las que se veían algunos rostros familiares, su casa y  a el mismo montado a caballo en Viñales, provincia de Pinar del Río en donde tenía una buena finca con cultivo de tabaco y un  aceptable nivel de vida.  A finales de 1955, recibimos carta de sus hijas, comunicándonos, entre otras cosas, que su padre había fallecido en un accidente de caza, casualmente un mes antes que  mi tío Istín. Al pasar  una hondonada tuvo un tropezón y se le disparó la escopeta y herido mortalmente en el estómago, anduvo errante y solo, durante unas horas, hasta que le encontraron prácticamente muerto.

Ángel con su mujer e hijas en el Rancho de San Vicente en Pinar del Río en 1947

 Después de la revolución, no hubo más correspondencia e indirectamente nos enteramos que,  viuda, hijos y yernos, parece que vivían en Miami, pero no se confirmó tal rumor.

            Pero, aparte de la familia, eran numerosos los contactos que teníamos con cubanos de todo tipo. En Asturias, como en Galicia, eran pocas las casas en las que no hubiera emigrado alguien hacia Méjico, Cuba, Puerto Rico o Argentina, así como en otras provincias de España, su predilección era Venezuela, Chile o Brasil.

            Casi a finales de los años 50, la Sociedad Ovetense de Festejos, tuvo la idea de organizar  una especia de cabalgata en honor de los asturianos que había cruzado el charco y habían vuelto con cierto esplendor. Se llamó el Día de América en Asturias y tuvo tanto éxito tal festejo, que  continúa hasta nuestros días, aunque lógicamente, de manera algo distinta. En aquellos años, lo mas  vistosos y espectacular, junto con las carrozas y grupos folklóricos,  era la participación de docenas y docenas de aparatosos y lujosos “haigas”, conducidos por los triunfadores indianos haciendo sonar toda clase de fotutos, claxon, pitos y sirenas y acompañados de un montón de chavalería, blanca mulata y negrita asomando por ventanas o encaramadas en el techo. Yo tuve el vergonzoso placer de participar en una ocasión, junto con unos amigos cubanos, sintiéndome auténticamente desplazado, aunque emocionado por el entusiasmo y la gran alegría de los homenajeados.

En Asturias, también mantuve alguna amistad fugaz con otros cubanos; uno era de Camagüey, Tony que estuvo un verano y no volví a saber de él. Otro se llamaba Pedro Pablo Aguilera, que tengo entendido se escapó a Miami junto con su familia y tampoco supe mas de su vida.  

En Madrid conocí personalmente, a Elías Miretti, un piloto de la Cubana de Aviación, que poco después se perdió en el mar con su DC4, El Estrella de Oriente, en extrañas circunstancias.

El autor del texto con José Manuel Quiñones y Jesús González en 1956

Traté y conocí un poco mas a José Manuel Quiñones, que estuvo en España unos cuantos meses. Era un joven con ideas democráticas bastante avanzadas y se encontraba bastante mal a gusto aquí con el régimen de Franco.  Criticaba mucho la cantidad de militares, curas y soldados que se veían entonces por Madrid, así como la pobreza de los establecimientos y la escasez de productos alimenticios. Incluso protagonizó  un incidente en El Pito, pueblo muy cercano a Cudillero y en donde, por una equivocada interpretación de unos exaltados jovencitos  franquistas y  xenófobos, sufrió una ligera paliza. Este inquieto cubano, posteriormente se alistó con Fidel y dicen que hasta entró con él en La Habana, aquel famoso último de año de 1959. Tiempo después, según noticias no muy confirmadas, fue fusilado por orden misma de Fidel, por estar en desacuerdo con los procedimientos de la Revolución. Aun mantengo un buen recuerdo de él, que recientemente se me volvió a resucitar con mayor intensidad.

            Aparte de estos mencionados amigos, había lazos de mayor amistad con una familia de Riberas,  antiguos republicanos que se pasaban  temporadas alternando entre Cuba y España, hasta que se marcharon cuando estalló  el llamado Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936. Durante ese periodo de exilio voluntario, mi madre, por petición y encargo de ellos, les guardó unas serie de objetos, como cuberterías y otros enseres valiosos, que les devolvió íntegramente, cuando, tímidamente  regresaron en 1948, su amiga América y su marido Tino, con dos guapas  adolescentes , que rápidamente pasaron a formar parte de nuestra pandilla habitual. De  la mayor de ellas, mi hermano Juanjo se enamoró, como era propio de la edad y aunque fue un noviazgo fugaz, la amistad permanece hasta nuestras avanzadas edades.

            Pero mi mayor contacto y amistad fue con Jesús González, un tímido muchacho  recién llegado a Asturias, que aún recuerdo, me fue presentado por su tío Sergio González en  un caluroso domingo de agosto de 1951. Lo primero que me llamó la atención fue su vestimenta, pues iba con traje, corbata y zapatos de cordón, cuando los demás andábamos normalmente con pantalón mahón, unas camisetas, y alpargatas o sandalias.

Vivía ya  en Riberas mismo, en una casa que había estado casi cerrada durante largo tiempo, como a unos 200 metros de la de mi abuelo y a poco de entablar amistad, nos fuimos dando cuenta de que teníamos mas cosas en común de lo que habíamos imaginado, pues él había nacido como yo, en Riberas y en el mismo año y sus padres eran conocidos de los míos, desde hacía mucho tiempo. Su padre Jesús González, que murió unos dos  años después habiendo padecido una penosa enfermedad, era hermano de Luis, el  primer marido de  su madre Dolores, fallecido en un barco camino de Cuba y con quien había tenido dos hijos.



La madre de Jesús, una persona aprensiva, obsesiva y pertinaz, fue para  el un  constante freno para el desarrollo posterior de su vida y de su personalidad.  Ella misma argüía que una de las causas principales del desequilibrio crónico que padecía  provenía desde que un mal día,  le comunicaron  el fallecimiento de su hijo Luís con 18 años, en un trágico accidente en una playa de Cuba, cuando una barca a motor pasó sobre su cuerpo. Este terrible acontecimiento, posiblemente  la marcó para siempre y después de haberse  casado  su otra hija, se dedicó al amparo, protección y dirección de su hijo Jesús de una manera absolutamente  autoritaria y absorbente, sin tener  en cuenta que los años iban pasando y que la edad de su hijo ya era madura. 

            Jesús y su madre, hicieron un par de viajes de ida y vuelta Cuba-España, con intervalos de unos meses y finalmente en 1962  y amparándose en la doble nacionalidad se vinieron  definitivamente para Asturias trayendo a una hermana de su madre, después de haber vendido malamente las restos patrimoniales que les quedaron después de la Revolución y perdiendo incluso la parte proporcional de inversión que tenían en una bodega (lo que en España llamamos ultramarinos o coloniales), situada en La Habana Vieja, propiedad conjunta de Marcelino González y familia, que fue incautada por el gobierno cubano.

            Durante las temporadas que estaba en Cuba, Jesús y yo nos escribíamos con cierta frecuencia, comentando los sucesos y anécdotas que nos sucedían pero ambos rehuíamos hablar de materia política, por el temor a la censura. Posteriormente, cuando ya  se afincó en Asturias, vendieron  la casa  y la finca de Riberas,  se fueron a vivir a la cercana Pravia, a un triste y deprimente piso, de muy distintas cualidades de comodidad y ambiente.

Aunque solo nos veíamos en verano, seguíamos en comunicación el resto del año, bien por carta o por teléfono y cada  vez que contactábamos, yo le invitaba a pasar una temporada en Madrid, e incluso cuando ya me había casado, mi mujer y yo le insistíamos en el tema, así como otros amigos y familiares suyos, encontrándonos siempre con la disculpa de no dejar sola a su tía y sobre todo a su madre, quien al poco tiempo falleció, tras  una larga  enfermedad, durante la cual Jesús la cuidó de manera excepcional, con total y absoluta dedicación. Después del deceso,  que él no llegó nunca a asumir, ya con mas de 40 años, siguió la misma línea de actuación con su tía,  hasta que también ella murió.

 A partir de estos acontecimientos, casi seguidos, se volvió aún mas huidizo, introvertido y obsesivo. En toda conversación recordaba a su madre  e incluso se  reprochaba no haberle dedicado más atención. No tenía casi contacto con nosotros y rara vez se acercaba a Riberas.  Había perdido un empleo de interprete que tenía en el cercano aeropuerto de Ranón; se había alejado sin motivo, de una guapa señorita de Pravia, con quien  parece había tenido unas ciertas ilusiones y se fue distanciando de los amigos y del comprimido ambiente praviano. Solo parecía tener interés en enterarse de las noticias de Cuba, sobre todo cuando aparecía algún cubano  huido de la isla.  Tenía 51 años cuando una mañana del  invierno  lo encontraron  inclinado sobre la mesa de  la cocina. Había fallecido en silencio, sin pedir ayuda ni molestar a nadie. Yo me enteré de su muerte dos días después. Su hermana y su cuñado, que vivían en Suiza, llegaron justamente a su entierro. Nunca fui capaz de ir hasta su tumba, dado lo poco que me inspiran los cementerios, como tampoco se me pasó por la mente, pedir por su salvación puesto que en mi opinión, los pocos y normales actos reprobables que hubiese hecho, estaban mas que purgados con el testimonio de su abnegación, enfermiza o voluntariamente llevada.

A pesar de nuestra amistad,  en algunos momentos bastante intensa, Jesús no fue nunca excesivamente comunicativo de sus sentimientos personales ni de acontecimientos de su vida. Sabíamos que había estudiado ingles y contabilidad en el Colegio Belén, pero contaba muy poco de su vida juvenil en La Habana, lo cual, al ir conociendo su carácter, me daba a entender, que no había tenido demasiada actividad. Cuando estaba en Asturias, no fueron muchas las ocasiones en las que hicimos cortos viajes cuando el tenía un magnifico haiga Buick, de cambio automático y presumíamos por verbenas y romerías, pero realmente  nuestras distracciones mas corrientes, eran bastante inocentes,  normales y propias de aquellos tiempos: remábamos por el río, hacíamos excursiones, pescábamos truchas, hacíamos maquetas de aviones, jugábamos al mus y al dominó y de vez en cuando nos dedicábamos a hacer alguna gamberrada mas  o menos disculpable, disfrazados de bandoleros o de fantasmas, dando sustos a chavalas y paisanos. Cuando él y una buena amiga, mantuvieron un  corto coqueteo, un juego amoroso casi de adolescentes, en muy pocas ocasiones nos  manifestó sus sentimientos auténticos hacia ella. Fue entonces, cuando ya definitivamente nos dimos cuenta todos sus amigos,  de la nefasta influencia de su madre, que fue quien finalmente le instó a cortar aquellas tiernas y naturales relaciones.

La única confidencia personal de Jesús conmigo, la tuvo como un par de años antes de su muerte, en la que tras sus habituales recuerdos de su madre y su tenaz esperanza de volver a Cuba, me manifestó que para el caso de llegar a esta posibilidad, había escondido a cierta profundidad en el jardín de su casa, un pomo o tarro de cristal, con alhajas, unos miles de dólares y documentos. Yo había tenido su dirección, por haberle escrita bastantes cartas en tiempos pasados, pero cuando ya se  vino para España, rompí las señas y me olvidé  de ellas. Sabía que era una gran casa o mansión en  Miramar, que se llamaba, a la igual que la de Riberas, “Vista Hermosa” y le había oído a su madre comentar del panorama que contemplaba  desde su casa, del hermosos jardín y del gran ambiente del entorno, pero nunca me enseñaron fotografía alguna  y no tenía mas datos. A todos aquellos que les habían visitado o  escrito, que les pregunté por algún detalle, ninguno recordaba exactamente la dirección, puesto como en los apartados en cuadrícula de La Habana, la mayor parte de las calles,  tienen números o letras, no conseguí mas que una confusión total.

Llegada a mi madurez y jubilación laboral, entro otros entretenimientos y ejercicios mentales, me dio por escribir anécdotas, hechos o acontecimientos, que de alguna manera habían dejado alguna huella importante en mi vida. Juntando unas y otras y mezclando situaciones y cambiando nombres, elaboré una novela,  dividida en cuatro fases, a la que finalmente le di una forma de encuentro intimista entre cuatro amigos de la infancia, que se reúnen, ya en la madurez, para pasar unas horas juntos.  En la primera fase o capitulo, entre otras cosas, traté de expresar el impacto, las emociones y sentimientos que en tiempos, nuestro común amigo Jesús  había producido en cada uno de esos cuatro  y en el capitulo final, en persona y situación distinta, quedó expresado unos de los motivos de mi ilusionado viaje a Cuba.

Así pues, pasados muchos años, había encontrado una serie de motivaciones con una mezcla de curiosidad por ver la situación actual de Cuba y  mas que nada para intentar ver y palpar imaginariamente, pero en el mismo escenario, como eran los lugares en  donde vivieron  aquellos familiares y amigos, ya desaparecidos. Pero tuve que esperar a mi jubilación y preparar un viaje, que en principio pensaba hacer solo, porque inicialmente, a mi mujer no le hacía demasiada ilusión mi idea de hospedarnos en una casa particular, como era mi intención, para sentirme mas integrado en sus mismas condiciones de vida. En el 2003, tres años después de la muerte de nuestra madre, se vendió la casa que habíamos heredado los tres hermanos, por causa de las desavenencias con el siempre distanciado hermano mayor y entonces mi hermano Juanjo y yo decidimos  destinar una parte del dinero para hacer ese ilusionado viaje, acompañados de nuestras respectivas esposas.

Las cosas no salieron como nos habíamos propuesto, pues por razones del  tratamiento de la insuficiencia renal aguda que padezco, los médicos no me aconsejaban hacer un viaje a esas latitudes en esos momentos. Mi hermano y mi cuñada se fueron un año después, estuvieron unos cuantos días por la isla y cuando volvieron, con las fotografías, las anécdotas y las experiencias pasadas, no hicieron mas que aumentar mi ilusión, que ellos me animaron a cumplir y un año después, gracias a los cuidados y a la tozudez de mi mujer, mi situación se estabilizó lo suficiente para obtener la correspondiente aprobación de los doctores.

Antes de realizar el viaje, ya había preparado una lista de prioridades para ver o de indagaciones a realizar; pero lo que mas me preocupaba era el obtener la dirección de donde había vivido Jesús y haciendo  uso de Internet, me puse en contacto con el Colegio Belén, que actualmente está en Miami y aunque se portaron muy amables, no pudieron solucionar mi problema, ya que sus archivos estaban informatizados solo desde 1962  y era muy complicado el consultar los anteriores a esa fecha. De todas maneras, me facilitaron una serie de nombres de antiguos alumnos, mas o menos de la promoción de mi amigo  y residentes en el extranjero pero solo pude localizar a cuatro, de los cuales, dos de ellos vivían en España, pero ninguno se acordó o conocía a Jesús González  Galán.

Por el  mismo sistema de Internet, contacté con  Manuel A. Z., cubano exiliado a Miami con mujer e hijos, descendiente de asturianos y que hacía un par de años había venido por estas tierras. Este amable señor, me dio toda clase de facilidades, consejos e instrucciones para cuando nos fuéramos a Cuba e inclusive, me hizo un moderado encargo y también se preocupó de indagar y  preguntar entre cubanos de Miami, aunque no hubo manera humana de encontrar a nadie que  tuviera un mínimo recuerdo, dato o dirección.

Así pues, con  mucha ilusión, además de una buena preparación e información turística, nos decidimos y nos pusimos en manos de una agencia que nos preparó viaje y hospedaje solamente, para poder movernos con más libertad, sin los agobios de los viajes programados.



Un frío día de finales de Enero de 2005, nos embarcamos para Cuba.

(Continuará)