Primera entrega del relato enviado por nuestro colaborador
Carlos Rodríguez -Navia
Algunas motivaciones
Desde la época de mi vida sensible o casi adulta, Cuba formaba parte de
los recuerdos y anécdotas que contaban mi madre y sobre todo mi tío Evaristo, ya que él, había estado
bastantes años por allí, al igual que su padre lo había hecho anteriormente.
De los relatos oídos a retazos y
por las distintas circunstancias de cada momento, me fui enterando de que mi
abuelo había sido agente de Aduana del Puerto de la Habana , aunque no sé, aparte de hablar
correctamente el inglés, que otros conocimientos o preparación debía de tener.
Estuvo en Cuba unos veinte años y desde allí, había ido comprendiendo el problema de España y
sus colonias, puesto que era bastante
evidente que se estaba perdiendo
aquello por la mala política colonial de Fernando VII. Parece que debió ser un
español un tanto raro, en el sentido de que tenía amistad o simpatizaba con grupos más o menos
subversivos de entonces, como los ñañigos o el Partido Revolucionario Cubano,
fundado por José
Martí y que también tuvo cierto grado de amistad
con Maceo. También me enteré de que había padecido el dengue, enfermedad
tropical transmitida por ciertos mosquitos y que produce altas fiebres y
trastornos intestinales.
Por otro lado, allí conoció también a
D. Manuel María de Labra, quien, casualmente, años mas tarde, alguno de
sus descendientes se emparentaron con mi familia. Ese señor, nació en La Habana
vino a España, estudió y acabó Derecho, se hizo republicano de Salmerón
y colaboró con la Institución
Libre de Enseñanza.
Llegó a diputado y senador promoviendo innumerables debates en la Cámara de Diputados y siguiendo las mismas ideas que Carlos Manuel de Céspedes, consiguió abolir la esclavitud
en la Isla de Cuba, lo que al menos, en la pura ley, quedó establecido
así, aunque la realidad fue distinta, hasta bastantes años después.
Más o menos en 1886, antes del la guerra con
Estados Unidos, con unos buenos ahorros, el abuelo Evaristo se vino para Asturias, en donde ya
conocía a una guapa señorita llamada Cándida, con la que se casó y tuvieron 4 hijos,
tres hembras: Clarisa, Sagrario, Marina (mi madre) y el mayor, un varón también llamado Evaristo o
cordialmente Istín. En Asturias, concretamente en Riberas de Pravia, una pequeña aldea perteneciente al Concejo de Soto del Barco, hizo
levantar una casona de piedra de tres
plantas y con 300 m2 . de superficie total, con su mirador y la galería típica de la zona, sin
escatimar en los materiales más nobles de entonces, pero sin ostentación alguna,
siendo muy generoso con los jornales de los trabajadores. Curiosamente había
una cláusula con el contratista, en la que se advertía que solamente se les
podía dar angulas y salmón para comer, una vez a la semana, reclamación muy normal entonces.
Plantó una palmera, como era costumbre de todos los que venían de allá con cierta prosperidad y también una magnolia. En la pared de su despacho, tenía un cuadro al óleo, de cuerpo entero, con el uniforme de oficial de aduanas y debajo un precioso machete de gala, regalo personal de Maceo. También se había traído un vistoso guacamayo, experto alumno en aprender los “tacos”, que los mozos del pueblo y los obreros le repetían continuamente. Según me contó mi madre, en una ocasión, este loro hizo que se descalabrara un entierro, en el que el ataúd era llevado a hombros por los paisanos detrás del cura y los monaguillos y cuando la comitiva pasaba delante de casa, el parlanchín guaca, soltó toda una retahíla de carajos, coños y puñetas, que provocó la risa y el tambaleo de los portadores del féretro.
Mi
abuelo, se dedicó posteriormente a la vida placentera y tranquila de leer y pasear por tierras y montes,
contemplando como, al igual que los hijos, iban aumentando de tamaño y porte.
Era bastante guasón, ingenioso, amistoso y cordial, pero muy marcado por la
época, en cuanto a su independencia y su proceder fuera de casa. Parece ser que
también era experto en organizar cencerradas,
antigua costumbre que consistía en dar una larga serenata con cencerros, campanas
y cascabeles, durante la noche de bodas de
alguna viuda con soltero. En las dos temporadas (1908-09) en las que el
poeta y diplomático nicaragüense Rubén Darío pasó en Riberas y en San Juan de la Arena , mantuvo con él, algunas conversaciones y discusiones,
acompañados de buenas libaciones etílicas, siendo de los pocos que en aquellos
tiempos consumían whisky.
Cencerrada en Riberas |
Lo malo fue, que muy cerca de la casa, en la misma carretera, en El Parador, había un parada de la línea de postas, delante de lo que se llamaba curiosamente Casa de Socorro, por llamarse así la dueña, una señorona viuda de gran maña para la cocina y que aparte de dar de comer, llevaba una fonda, en lo que pernoctaban algunos viajeros. Con el tiempo, en un salón de la primera planta, abrió una especia de pequeño casino, a donde acudían solo los varones a tomar café y comentar las noticias aparte de jugarse largas partidas de cartas, principalmente al juego llamado el monte, peligroso y atractivo, como casi todos los juegos de envite.
El abuelo Evaristo, se fue aficionando a
jugar sin darse demasiada cuenta de que iba perdiendo dinero y tierras
y que, paradójicamente, en aquella casa de Socorro, estaba perdiendo su salud.
Una noche, después de haber abusado de la bebida, tabaco y café, de regreso de
una de esas alborotadas noches, a la puerta de su casa, un fulminante infarto
le llevó al eterno silencio, a los 75 años.
Necrológica publicada el 16 de septiembre de 1925 por el diario "La Prensa" |
En aquel reducido garito, habían ocurrido algunos altercados más o
menos serios y en una ocasión se produjo la extraña muerte de un viajero,
parece ser que llegando a implicar a un hijo de Socorro. No sé realmente como
llegó a terminar aquel asunto, pero lo cierto es que la Casa
de Socorro cerró su timba y continuó
con su negocio de parada y fonda, heredado posteriormente por su hija María,
que además abrió una pequeña tienda
colmado, de esas que tenían de todo: vino, aceite, conservas, embutido,
legumbres y también guadañas, zapícas, hoces, zapatillas y madreñas y de cuyo ennegrecido techo colgaban chorizos
y morcillas, todo ello “higiénicamente
protegido” por los papeles atrapamoscas.
En mi primera juventud, al llegar la
época de veraneo e irnos a pasarlo en la casa, era visita obligada ver a María y de paso comprarnos unas
alpargatas de esparto y aún permanece en mi memoria, aquella mezcla de olores a
café, patata, bacalao, tocino y mexada
de gato.
Esa zona del Parador, durante muchos
años, sin haber plaza ni mas espacio que la carretera misma, fue como el centro
cívico comercial de la aldea, pues además de esa tienda, había un par de casas,
un bar o chigre, con bolera incluida y también estaba la barbería de
Alfredo, razón por la que, en los
sábados principalmente, se juntaban mozos y mayores, para hacer uso de alguno
de los tres establecimientos.
Fuente: Hojasdeprensa.blogspot.com.es |
Cuando
en 1925 se murió mi abuelo, mi tío Istín se vino para España, abandonando un buen
trabajo que tenía en La Habana , en la Óptica Almendares, junto con su primo Félix.
Ya en Asturias, se encargó de administrar lo que quedaba y de organizar su
vida. Permaneció soltero, más que por vocación, por dedicación y atención hacia su familia. Poco después, casada ya mi
madre, fallecieron las dos hermanas intermedias y en 1934, la abuela Cándida.
El
tito Istín, tuvo una especial predilección por mí y yo le correspondí con igual
afecto, acompañándole mucho, ya desde mocito, en sus muchos y largos paseos por
los campos y los montes, aprovechando él la ocasión para ir inculcándome el
respeto y el valor de los árboles, el agua y los animales. Me enseñó a ver,
oír, oler, tocar y gustar de toda la belleza de La Naturaleza , en sus tardes de lluvia o de los atardeceres
lánguidos; de entender la alegría y el volar de los pájaros en Primavera,
contemplar serenamente una aparatosa tormenta o la nada simple pero diaria,
puesta del sol.
, Era, al igual que el abuelo, antibelicista,
republicano y anticlerical, con un humanidad y una mansedumbre poco
corriente en los varones de aquellos tiempos y sobre todo en quienes habían
viajado, como él, por una América aun no muy civilizada, teniendo por norma, un alto concepto del respeto y la tolerancia.
Lo pasó muy mal después de la guerra, por sus ideas y
tuvo que trabajar en empleos que nada tenían que ver su preparación y su nivel
cultural, pues era un hombre con unos conocimientos comerciales muy modernos y
hablaba ingles perfectamente.
Era más bien callado y observador, pero
a veces soltaba la lengua contándonos
cosas de sus etapas en New York, Puerto Rico o Cuba. También recuerdo que nos
contó uno de sus viajes a Alemania, en 1819, recién perdida la I Guerra Mundial y el
recelo que le produjo ver como, en escuelas, talleres y fábricas, dedicaban una
hora al día para la enseñanza del la instrucción militar, usando palos de
madera, en lugar de fusiles. El ya intuyó entonces, la futura represalia de un
país que se había sentido profundamente humillado.
Cuando en 1955 se murió, también de
infarto, sentí mucha tristeza por el alejamiento de alguien tan cercano pero
cuando mi madre, preocupada por el agnosticismo de su hermano, quiso hacer un
funeral al estilo de la época, con tres curas dando vueltas e incensando el
ataúd, no pude contener la risa al pensar, que él, de haber sentido algo, seguro que,
jocosamente, les hubiera dicho a los curas y a los asistentes, que se fueran a
comer en su honor y que le dejaran en paz...
No me cabe la menor
duda, de que el influyó mas que nadie en mi formación interna y aún hoy,
pasados 60 años, siento a veces, como si estuviera a mi lado cuando contemplo algo que a el le
hubiera gustado ver y estoy seguro que,
de haber vivido en estos tiempos, formaría parte comprometida de Green Peace o
alguna otra organización similar que no fuera ni estatal ni religiosa.
Ángel, primo hermano de mi madre e Istín, fue otro familiar que se había ido a Cuba, casi de adolescente,
pero que se quedó allí definitivamente
aunque escribía con alguna frecuencia recordando mucho a su Asturias natal. En 1952, envío unas
fotografías (que aún conservo), en las que se veían algunos rostros
familiares, su casa y a el mismo montado
a caballo en Viñales,
provincia de Pinar del Río en donde tenía una buena finca con cultivo de tabaco
y un aceptable nivel de vida. A finales de 1955, recibimos carta de sus
hijas, comunicándonos, entre otras cosas, que su padre había fallecido en un
accidente de caza, casualmente un mes antes que
mi tío Istín. Al pasar una
hondonada tuvo un tropezón y se le disparó la escopeta y herido mortalmente en
el estómago, anduvo errante y solo, durante unas horas, hasta que le
encontraron prácticamente muerto.
Ángel con su mujer e hijas en el Rancho de San Vicente en Pinar del Río en 1947 |
Después de la revolución, no hubo más correspondencia e indirectamente nos enteramos que, viuda, hijos y yernos, parece que vivían en Miami, pero no se confirmó tal rumor.
Pero,
aparte de la familia, eran numerosos los contactos que teníamos con cubanos de
todo tipo. En Asturias, como en Galicia, eran pocas las casas en las que no
hubiera emigrado alguien hacia Méjico, Cuba, Puerto Rico o Argentina, así como
en otras provincias de España, su predilección era Venezuela, Chile o Brasil.
Casi
a finales de los años 50, la Sociedad
Ovetense de Festejos,
tuvo la idea de organizar una especia de
cabalgata en honor de los asturianos que había cruzado el charco y habían
vuelto con cierto esplendor. Se llamó el Día de América en Asturias y tuvo tanto éxito
tal festejo, que continúa hasta nuestros
días, aunque lógicamente, de manera algo distinta. En aquellos años, lo
mas vistosos y espectacular, junto con
las carrozas y grupos folklóricos, era
la participación de docenas y docenas de aparatosos y lujosos “haigas”,
conducidos por los triunfadores indianos haciendo sonar toda clase de fotutos,
claxon, pitos y sirenas y acompañados de un montón de chavalería, blanca mulata
y negrita asomando por ventanas o encaramadas en el techo. Yo tuve el
vergonzoso placer de participar en una ocasión, junto con unos amigos cubanos,
sintiéndome auténticamente desplazado, aunque emocionado por el entusiasmo y la
gran alegría de los homenajeados.
En Asturias, también mantuve alguna
amistad fugaz con otros cubanos; uno era de Camagüey, Tony que estuvo un verano
y no volví a saber de él. Otro se llamaba Pedro Pablo Aguilera, que tengo
entendido se escapó a Miami junto con su familia y tampoco supe mas de su vida.
En Madrid conocí personalmente, a Elías Miretti,
un piloto de la Cubana de Aviación, que poco después se perdió en el mar
con su DC4, El
Estrella de Oriente, en extrañas circunstancias.
El autor del texto con José Manuel Quiñones y Jesús González en 1956 |
Traté y conocí un poco mas a José Manuel Quiñones, que estuvo en España unos cuantos meses. Era un joven con ideas democráticas bastante avanzadas y se encontraba bastante mal a gusto aquí con el régimen de Franco. Criticaba mucho la cantidad de militares, curas y soldados que se veían entonces por Madrid, así como la pobreza de los establecimientos y la escasez de productos alimenticios. Incluso protagonizó un incidente en El Pito, pueblo muy cercano a Cudillero y en donde, por una equivocada interpretación de unos exaltados jovencitos franquistas y xenófobos, sufrió una ligera paliza. Este inquieto cubano, posteriormente se alistó con Fidel y dicen que hasta entró con él en
Aparte
de estos mencionados amigos, había lazos de mayor amistad con una familia de Riberas, antiguos republicanos que se pasaban temporadas alternando entre Cuba y España,
hasta que se marcharon cuando estalló el
llamado Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936. Durante ese periodo de
exilio voluntario, mi madre, por petición y encargo de ellos, les guardó unas
serie de objetos, como cuberterías y otros enseres valiosos, que les devolvió
íntegramente, cuando, tímidamente
regresaron en 1948, su amiga América y su marido Tino, con dos guapas adolescentes , que rápidamente pasaron a
formar parte de nuestra pandilla habitual. De
la mayor de ellas, mi hermano Juanjo se enamoró, como era propio de la edad
y aunque fue un noviazgo fugaz, la amistad permanece hasta nuestras avanzadas
edades.
Pero
mi mayor contacto y amistad fue con Jesús González, un tímido muchacho recién llegado a Asturias, que aún recuerdo,
me fue presentado por su tío Sergio
González en un caluroso domingo de agosto de 1951. Lo
primero que me llamó la atención fue su vestimenta, pues iba con traje, corbata
y zapatos de cordón, cuando los demás andábamos normalmente con pantalón mahón,
unas camisetas, y alpargatas o sandalias.
Vivía ya en Riberas mismo, en una casa que había estado
casi cerrada durante largo tiempo, como a unos 200 metros de la de mi abuelo y a poco de entablar amistad, nos
fuimos dando cuenta de que teníamos mas cosas en común de lo que habíamos
imaginado, pues él había nacido como yo, en Riberas y en el mismo año y sus padres eran
conocidos de los míos, desde hacía mucho tiempo. Su padre Jesús González, que murió unos
dos años después habiendo padecido una
penosa enfermedad, era hermano de Luis, el
primer marido de su madre Dolores,
fallecido en un barco camino de Cuba y con quien había tenido dos hijos.
La madre de Jesús, una persona aprensiva,
obsesiva y pertinaz, fue para el un constante freno para el desarrollo posterior
de su vida y de su personalidad. Ella
misma argüía que una de las causas principales del desequilibrio crónico que
padecía provenía desde que un mal
día, le comunicaron el fallecimiento de su hijo Luís
con 18 años, en un trágico accidente en una playa de Cuba, cuando una barca a
motor pasó sobre su cuerpo. Este terrible acontecimiento, posiblemente la marcó para siempre y después de haberse casado
su otra hija, se dedicó al amparo, protección y dirección de su hijo Jesús
de una manera absolutamente autoritaria
y absorbente, sin tener en cuenta que
los años iban pasando y que la edad de su hijo ya era madura.
Jesús
y su madre, hicieron un par de viajes de ida y vuelta Cuba-España, con
intervalos de unos meses y finalmente en 1962
y amparándose en la doble nacionalidad se vinieron definitivamente para Asturias trayendo a una
hermana de su madre, después de haber vendido malamente las restos
patrimoniales que les quedaron después de la Revolución y perdiendo incluso la parte proporcional de
inversión que tenían en una bodega (lo que en España llamamos
ultramarinos o coloniales), situada en La Habana Vieja , propiedad conjunta de Marcelino González y familia,
que fue incautada por el gobierno cubano.
Durante
las temporadas que estaba en Cuba, Jesús y yo nos escribíamos con cierta
frecuencia, comentando los sucesos y anécdotas que nos sucedían pero ambos
rehuíamos hablar de materia política, por el temor a la censura.
Posteriormente, cuando ya se afincó en
Asturias, vendieron la casa y la finca de Riberas, se fueron a vivir a la cercana Pravia, a un
triste y deprimente piso, de muy distintas cualidades de comodidad y ambiente.
Aunque solo nos veíamos en verano,
seguíamos en comunicación el resto del año, bien por carta o por teléfono y
cada vez que contactábamos, yo le
invitaba a pasar una temporada en Madrid, e incluso cuando ya me había casado,
mi mujer y yo le insistíamos en el tema, así como otros amigos y familiares
suyos, encontrándonos siempre con la disculpa de no dejar sola a su tía y sobre
todo a su madre, quien al poco tiempo falleció, tras una larga
enfermedad, durante la cual Jesús la cuidó de manera excepcional, con
total y absoluta dedicación. Después del deceso, que él no llegó nunca a asumir, ya con mas de
40 años, siguió la misma línea de actuación con su tía, hasta que también ella murió.
A partir de estos acontecimientos, casi
seguidos, se volvió aún mas huidizo, introvertido y obsesivo. En toda
conversación recordaba a su madre e
incluso se reprochaba no haberle
dedicado más atención. No tenía casi contacto con nosotros y rara vez se
acercaba a Riberas. Había perdido un
empleo de interprete que tenía en el cercano aeropuerto de Ranón; se había
alejado sin motivo, de una guapa señorita de Pravia, con quien parece había tenido unas ciertas ilusiones y
se fue distanciando de los amigos y del comprimido ambiente praviano. Solo
parecía tener interés en enterarse de las noticias de Cuba, sobre todo cuando
aparecía algún cubano huido de la
isla. Tenía 51 años cuando una mañana
del invierno lo encontraron inclinado sobre la mesa de la cocina. Había fallecido en silencio, sin
pedir ayuda ni molestar a nadie. Yo me enteré de su muerte dos días después. Su
hermana y su cuñado, que vivían en Suiza, llegaron justamente a su entierro.
Nunca fui capaz de ir hasta su tumba, dado lo poco que me inspiran los
cementerios, como tampoco se me pasó por la mente, pedir por su salvación puesto
que en mi opinión, los pocos y normales actos reprobables que hubiese hecho,
estaban mas que purgados con el testimonio de su abnegación, enfermiza o
voluntariamente llevada.
A pesar de nuestra amistad, en algunos momentos bastante intensa, Jesús
no fue nunca excesivamente comunicativo de sus sentimientos personales ni de
acontecimientos de su vida. Sabíamos que había estudiado ingles y contabilidad
en el Colegio Belén, pero contaba muy poco de su vida juvenil en La Habana , lo cual, al ir conociendo su carácter, me daba a
entender, que no había tenido demasiada actividad. Cuando estaba en Asturias,
no fueron muchas las ocasiones en las que hicimos cortos viajes cuando el tenía
un magnifico haiga Buick, de cambio automático y presumíamos por
verbenas y romerías, pero realmente
nuestras distracciones mas corrientes, eran bastante inocentes, normales y propias de aquellos tiempos:
remábamos por el río, hacíamos excursiones, pescábamos truchas, hacíamos
maquetas de aviones, jugábamos al mus y al dominó y de vez en cuando nos
dedicábamos a hacer alguna gamberrada mas
o menos disculpable, disfrazados de bandoleros o de fantasmas, dando
sustos a chavalas y paisanos. Cuando él y una buena amiga, mantuvieron un corto coqueteo, un juego amoroso casi de
adolescentes, en muy pocas ocasiones nos
manifestó sus sentimientos auténticos hacia ella. Fue entonces, cuando
ya definitivamente nos dimos cuenta todos sus amigos, de la nefasta influencia de su madre, que fue
quien finalmente le instó a cortar aquellas tiernas y naturales relaciones.
La única confidencia personal de Jesús
conmigo, la tuvo como un par de años antes de su muerte, en la que tras sus
habituales recuerdos de su madre y su tenaz esperanza de volver a Cuba, me
manifestó que para el caso de llegar a esta posibilidad, había escondido a
cierta profundidad en el jardín de su casa, un pomo o tarro de cristal, con
alhajas, unos miles de dólares y documentos. Yo había tenido su dirección, por
haberle escrita bastantes cartas en tiempos pasados, pero cuando ya se vino para España, rompí las señas y me
olvidé de ellas. Sabía que era una gran
casa o mansión en Miramar, que se llamaba, a la
igual que la de Riberas,
“Vista
Hermosa” y le había oído a su madre comentar del panorama que
contemplaba desde su casa, del hermosos
jardín y del gran ambiente del entorno, pero nunca me enseñaron fotografía
alguna y no tenía mas datos. A todos
aquellos que les habían visitado o
escrito, que les pregunté por algún detalle, ninguno recordaba exactamente
la dirección, puesto como en los apartados en cuadrícula de La Habana , la mayor parte de las calles, tienen números o letras, no conseguí mas que
una confusión total.
Llegada a mi madurez y jubilación
laboral, entro otros entretenimientos y ejercicios mentales, me dio por
escribir anécdotas, hechos o acontecimientos, que de alguna manera habían
dejado alguna huella importante en mi vida. Juntando unas y otras y mezclando
situaciones y cambiando nombres, elaboré una novela, dividida en cuatro fases, a la que finalmente
le di una forma de encuentro intimista entre cuatro amigos de la infancia, que
se reúnen, ya en la madurez, para pasar unas horas juntos. En la primera fase o capitulo, entre otras
cosas, traté de expresar el impacto, las emociones y sentimientos que en
tiempos, nuestro común amigo Jesús
había producido en cada uno de esos cuatro y en el capitulo final, en persona y
situación distinta, quedó expresado unos de los motivos de mi ilusionado viaje
a Cuba.
Así pues, pasados muchos años, había
encontrado una serie de motivaciones con una mezcla de curiosidad por ver la
situación actual de Cuba y mas que nada
para intentar ver y palpar imaginariamente, pero en el mismo escenario, como
eran los lugares en donde vivieron aquellos familiares y amigos, ya
desaparecidos. Pero tuve que esperar a mi jubilación y preparar un viaje, que
en principio pensaba hacer solo, porque inicialmente, a mi mujer no le hacía
demasiada ilusión mi idea de hospedarnos en una casa particular, como era mi
intención, para sentirme mas integrado en sus mismas condiciones de vida. En el
2003, tres años después de la muerte de nuestra madre, se vendió la casa que
habíamos heredado los tres hermanos, por causa de las desavenencias con el
siempre distanciado hermano mayor y entonces mi hermano Juanjo y yo decidimos destinar una parte del dinero para hacer ese
ilusionado viaje, acompañados de nuestras respectivas esposas.
Las cosas no salieron como nos habíamos
propuesto, pues por razones del
tratamiento de la insuficiencia renal aguda que padezco, los médicos no
me aconsejaban hacer un viaje a esas latitudes en esos momentos. Mi hermano y
mi cuñada se fueron un año después, estuvieron unos cuantos días por la isla y
cuando volvieron, con las fotografías, las anécdotas y las experiencias
pasadas, no hicieron mas que aumentar mi ilusión, que ellos me animaron a
cumplir y un año después, gracias a los cuidados y a la tozudez de mi mujer, mi
situación se estabilizó lo suficiente para obtener la correspondiente
aprobación de los doctores.
Antes de realizar el viaje, ya había
preparado una lista de prioridades para ver o de indagaciones a realizar; pero
lo que mas me preocupaba era el obtener la dirección de donde había vivido
Jesús y haciendo uso de Internet, me
puse en contacto con el Colegio Belén, que actualmente está en Miami y aunque
se portaron muy amables, no pudieron solucionar mi problema, ya que sus
archivos estaban informatizados solo desde 1962
y era muy complicado el consultar los anteriores a esa fecha. De todas
maneras, me facilitaron una serie de nombres de antiguos alumnos, mas o menos
de la promoción de mi amigo y residentes
en el extranjero pero solo pude localizar a cuatro, de los cuales, dos de ellos
vivían en España, pero ninguno se acordó o conocía a Jesús González Galán.
Por el
mismo sistema de Internet, contacté con
Manuel
A. Z., cubano exiliado a Miami con mujer e hijos, descendiente de
asturianos y que hacía un par de años había venido por estas tierras. Este
amable señor, me dio toda clase de facilidades, consejos e instrucciones para
cuando nos fuéramos a Cuba e inclusive, me hizo un moderado encargo y también
se preocupó de indagar y preguntar entre
cubanos de Miami, aunque no hubo manera humana de encontrar a nadie que tuviera un mínimo recuerdo, dato o dirección.
Así pues, con mucha ilusión, además de una buena preparación
e información turística, nos decidimos y nos pusimos en manos de una agencia
que nos preparó viaje y hospedaje solamente, para poder movernos con más
libertad, sin los agobios de los viajes programados.
Un frío día de finales de Enero de
2005, nos embarcamos para Cuba.
(Continuará)