Corrían los años 50 cuando Amada bajó de Uxiles para hacerse cargo del molín de Tras la Cuesta. El molino, uno de los dos que había en el cauce del río Cuñeiro, Coruxeo o Retuerto, era propiedad de Manuela- María Luisa Gutierrez, hija de Dª Concha[1].Antes de Amada lo habían regentado, primero José Sixta y, después Claudina con su marido José y sus hijos Ana Mari y José Manuel.
Un espeso bardayu cubre las ruinas de lo que fue su casa en Uxiles, en una ladera frente a la Cueva del Soldao Recordaba de Uxiles las peripecias de sus excursiones caminando a Oviedo, con un burro con las parigüelas cargadas de piñas y brea que, en la capital, canjeaba por azúcar, chocolate y ropas para los hijos.
Ahora, con 97 años, sentada en una silla de ruedas y con una acuciante sordera, ya nos es imposible escuchar de primera voz estas historias. Son su hija Mari y su nieta Mónica, que tantas veces se las escucharon, las que nos las relatan, mientras ella, que fue hasta hace bien poco tiempo tan alegre y dicharachera, sigue nuestra conversación en silencio, absorta en su mundo.
De Uxiles bajó con tres hijos, Luis Faustino, Azucena y Manolo y aquí tendría a la cuarta, María Gloria. Eran años de posguerra, años duros, y aunque la renta del molino no era elevada y la propietaria era comprensiva con la situación y se conformaba con pagos en especie, en fabas, patatas o harina, el rendimiento del negocio no daba para mantener tantas bocas. La renta familiar se completaba con una o dos vacas, un poco de huerta y sobre todo con el oficio al que Amada, como tantos otros españoles de posguerra, se veía abocada: el estraperlo. Con el carro y el burro transportaba víveres sobre todo entre Riberas, Pravia y la Arena. En más de una ocasión tuvo que dejar parte de las mercancías a su paso por el fielato. Recordaba la vez que Luis, un vigilante de arbitrios, le quitó las fabas y como tuvo ocasión, con el paso de los años, de darse el gusto de echárselo en cara, una vez que se lo encontró en Gijón.
La ronda de la Guardia Civil tenía parada fija en el Molín. Convenía llevarse bien con la autoridad y nunca faltaba el café de manga y la copa de guinda. Contaba como anécdota la vez que un superior pilló infraganti a la pareja de la benemérita dando buena cuenta de la guinda.
El molino tenía clientes de todos los pueblos de la redonda: Brígida de los Valles que bajaba con el burro cargado de maíz y siempre les traía una hogaza de pan; María de Raznera, también bajaba con el burro. Aprovechaba los jueves para bajarlo cargado con el maíz y luego subir los recados que compraba en el marcado semanal de Pravia. María, como la benemérita, también sabía apreciar la guinda de Amada; Leonor y Tomás de Ponte; los del Pinto de la Corrada, José de la Tejera, Burano de la Imera. De Riberas eran muchos los clientes habituales Josefa del Campón, Pulido, Pepe el de Lala, Los de Diamar, Alsina…
El molino de arriba, el de Doña Soledad, que atendía una criada que se llamaba Balbina, no le hacía mucha competencia porque, según decía Amada, era mucho más caro. En los molinos lo normal no era cobrar en dinero sino maquilar. Aunque la medida de la maquila[2] estaba estandarizada y había un cajón de madera que recibía ese nombre, en el molín de Amada la cantidad que se maquilaba era mas discrecional y con una lata retiraba de la molienda lo que le parecía.
Bendígote saco
tres maquilas te saco
bendígote otra vez
y te saco otras tres
A inicios de los 70, Amada se hizo con la propiedad del molino. Como dijimos más arriba el molino era propiedad de Manuela, hija de doña Concha de Ucedo. Lo había comprado el padre de ésta, que vivía en la Pina y al que llamaban «el Pinin».
En el Molín también eran frecuentes las partidas de cartas. Con la música de fondo de un radiocasete en el que sonaban los últimos éxitos de Manolo Escobar o de la Pastorina, alzándose sobre la monotonía del ruido que producía, en su giro, la muela y del estruendo de la caída del agua sobre el rodezno, Amada pasaba largas tardes jugando a la brisca, al tute, al chinchón o a lo que se pusiese por delante. Antonio de la Bernadal, Pepe Galán, Telvina, los andaluces ..., fueron algunos de los habituales compañeros de partida.
Germán el de Chilin fue el encargado durante años de picar la muela. Germán había aprendido este oficio de niño en el molino que sus padres tenían en el Truebano. También se encargaba de picar los molinos de Dª Soledad y el de la Roza. Aunque existía un martillo especial para realizar esta labor, Germán se las apañaba con un martillo de cabruñar y un punzón. En los últimos tiempos se encargaría de esta labor Suso el Andaluz, que había estado trabajando en Los Molinos en Soto.
El molino estuvo en funcionamiento hasta finales de los años ochenta. Hoy lo único que queda de él es la cavidad donde giraba el rodezno, una muela que adorna el jardín, junto a la casa, y Amada, la última molinera. Y si agudizamos el oído, y nos dejamos llevar por la imaginación, el chorro de la fuente la Xana, haciéndose eco de la fuente Uxiles, nos recitará los mil y un romances que la Molinera cantaba:
Por toda España se sienten
desafíos y rumores,
porque capan las muyeres
en vez de capar los homes.
Pues así hacen señores
y cierto que no está mal
acordaron nel Congreso
que esto sea general.
El mundo ta alreves
ye necesario arreglalo
a lo que nun ye capar a uno
son más de veinte a explotalo.
Ya dicen los concejales
con voces muy resonantes
si se capan las muyeres
habrá menos habitantes
Cierto día don Bartolo
a su esposa le decía
la ley de la capadura
buena falta nos hacía.
En seis años, siete nenos
esto ye un sacrificio,
si nun te capan Lola
mi casa será un hospicio
Mayores de catorce años
ya menores de cincuenta
hoy se capan más muyeres
hoy se capan más muyeres
que de flores tien Valencia.
No hay que apurarse por nada
no tengan pena señores
las mujeres decapadas
pueden hacer favores.
Las que sean buenas mozas
ya obedientes a sus padres
esas no las caparan
las dejan para madres.
Las que son tan vanidosas
y gastan tanta pintura
aunque lloren nun se libran
de curar la capadura.
Para capar las muyeres
ye necesario un doctor
que tenga los dedos muy grandes
ya sea un buen capador.
Pa capar las muyeres
buen tiempo ye preciso.
En octubre nun puede ser
que ye un mes muy enfermizo.
Llevan buena capa en Mayo
si hay buena temperatura
que en marzo pican las moscas
ya enferma la capadura.
También debían capar
a los curas y a los frailes
ya cortarles la minina
a estilo Buenos aires.
De lo que aconteció a
Marino el Monte cuando
subía a cortejar a Vademora:[4]
En esti pueblo señores
el que quiera buen pescado
que suba la calle arriba
y pase a la casa el cabo.
(Y contestaba Pilar del Trabe
de Valdemora que comerciaba con pescado):
El que quiera buena leña
y astillas de carbayo
que suba por el Begoño
y valla a casa Macario.
Madre quiero casame[5]
Madre quiero casame
que me pica el chiribí.
Si te pica arráscalo
que también me pica a mí.
Ahora ya no hay quien planche[6]
Ahora ya no hay quien planche
que murió la planchadora
en mi casa plancha Mari
que plancha más a la moda.
Los aldeanos[7]
Marchaban cuatro aldeanos
todos los cuatro de madreñas
en Santuyanu pidieron
fabes, tucín y murciellas.
Que me dijo Melchor
que tan vaina yes tu como yo
ya yo como tú, ya somos dos.
Las fabas nun taban buenas,
morciella no había ninguna,
el tocín taba en el gochu
¡Válgame Dios que fartura!
Que me dijo Melchor
que tan vaina yes tu como yo
ya yo como tú, ya somos dos.
El Páxaro[8]
En el puebliquin de Laviana
na una escamplera que había
había una pita con pitos
piquiñinos, como gorriones serían.
Ya taba la pita entretenida
bajo un ferriu ya pañoilos toos
menos uno, probitin,
que quedó en la agonía.
Pasa la tía Rosalía pa misa
gárralo ya mételo en che
tocan pa misa y todos pa dientro.
Comienza el cura a predicar
ya el pito a piar.
“Todo el que traiga páxaro
fuera de la sacristía”
Fueron saliendo, saliendo,
quedó la iglesia vacía.
Rezando el rosario quedaba una vieya
ochenta años tendría.
Dijoy el cura: “ tía Rosalía
¿usted tien páxaro?
Sí señor tengo páxaro
pero el mío ya nun pía.
El puente de Peñaullan[9]
El puente de Peñaullán
por debaxo pasa el agua
por encima paso yo
cuando voy a misa a Pravia.
La molinera [10]
La molinera trae corales
el molinero corbatín
¿de donde sale tanto lujo
si no sale del molín?
A la puerta del molino
hay un gato con calzones
mirando la molinera
como allega los tizones.
[1] Concepción González Carreño
[2] Maquila: Medida que hace la sexta parte de un galipu, la doceava de un copín, la cuadragésima octava de un celemín, la nonagésima sexta de una faniega asturiana, usada en los molinos harineros para cobrar la molienda. Pieza de madera empleada para maquilar. (Fuente: Diccionario General de la Lengua Asturiana. Xosé Luis García Arias. Ed. Prensa Asturiana. Oviedo 2004)