Los ardientes
veranos iba yo a pasarlos a Asturias
Rubén Darío (Autobiografía)
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[…] pasamos por Riberas, a orillas
del Río Grande. A la entrada del pueblo, entre palmeras y otros árboles
exóticos, había una casa de indianos que suponíamos deshabitada, al menos fuera
de la temporada estival; arrimamos las bicicletas a un muro de piedra y de
rosas; Carlos trepó por una araucaria, y Periclius y yo le seguimos entre las
ramas hasta alcanzar con la vista una galería repleta de libros entre los que
deambulaba un hombre trajeado pero descalzo:
—
El fantasma de Rubén Darío
—nos presentaba Carlos.
Al parecer, atrapado el poeta en
aquella casa modernista, hojeaba sin descanso, desde hacía cincuenta años,
libros de Verlaine, de Gonzalo de Berceo, serranillas del Marqués de Santillana
y donaires del Arcipreste de Hita.
Rubén Darío, o su fantasma, se había
enredado en aquella casa indiana confundiendo sus exóticos entarimados, sus
cenefas de maíz en los bordes de los zócalos y en las cartelas, su raigambre
americana, con una quinta de Nicaragua.
Pepe Monteserín [1]
En el año 1892 Rubén Darío pasó tres
días en La Habana como representante del
gobierno de Nicaragua en los actos del IV Centenario del descubrimiento de
América, alojado en el Hotel Luz, propiedad de un indiano llamado
Feliciano Menéndez. Dieciséis
años después, se reeditaría esta
relación entre inquilino y propietario, pero teniendo como escenario, esta vez, el pueblo de Riberas.
Para hacernos una idea de como fue la estancia del
poeta en Riberas durante los veranos de 1908 y 1909 vamos a seguir el relato
recogido en el libro Este otro Rubén Darío[2] de Antonio
Oliver Belmás, quién fuera director del Seminario-Archivo Rubén
Darío de Madrid y que, en agosto de 1958,
se desplazó a Asturias para hacer indagaciones sobre el paso del poeta por el Bajo Nalón.
Don Antonio Oliver con Rosario Martín Villacastín, nieta de Fracisca Sánchez |
Año 1908
«El 17 de julio de 1908 todavía
no tenía decidido Rubén su lugar de veraneo. [...] Pero todas estas vacilaciones se
resuelven pocos días después. En efecto, el 25 de julio escribe a don Jesús
Pando y Valle, desde la Arena y, entre paréntesis, San Esteban de Pravia. Desde
San Esteban de Pravia, tal vez como lugar del que La Arena depende o porque
fuese a él expresamente, escribe el 29 de julio a Santiago Argüello, su querido
compatriota, a quien manifiesta que don Rafael Altamira aconseja que lo antes
posible se hagan las gestiones para que recaiga en Argüello la representación
universitaria de Nicaragua en las fiestas del centenario de la Universidad, al
objeto de que el comité extienda el carnet al debido nombre. Y aclara que el
viaje a Oviedo desde la frontera española costará la mitad para los
representantes extranjeros, y en Oviedo ya el comité alojará a los
expedicionarios. Al pie da la dirección de Asturias: “San Esteban de Pravia: La
Arena” Tenemos, por tanto, a Rubén nuevamente desde el lugar desde el cual
contemplo el eclipse de 1905. ¡Cuánto sol ahora a pesar de las endémicas
brumas! Sol externo e interno. Por dentro, la alegría de su hijo que ya ha
cumplido los ocho meses; la alegría de la madre, fuerte y restablecida de las
derivaciones del parto; por dentro, la alegría de ser embajador. Y si alguna
vez estas claridades con otras tristezas íntimas se nublaban, ahí estaba la
alegría artificial del excitante para disipar la niebla.
(Foto: Cuadernos Hispanoamericanos agosto-septiembre 1967) |
Por los excitantes, además de
por las razones naturales que estropean la salud, Darío necesitaba con mucha
frecuencia de los médicos. Ha circulado mucho y hasta se ha narrado por escrito
la anécdota de Rubén y el doctor Argüelles.
Este parece que asistió a Darío en un momento de crisis alcohólica, y que su
terapéutica consistió en libar juntamente con el enfermo. »
Hacemos un
paréntesis en el relato de Oliver para detenernos
en este episodio narrado por Victor de la Serna [3]
“Rubén Darío, báquico y fáustico, hedonista y devorador de sus horas, acabó
por contraer una neurastenia feroz que no capitulaba ni ante la indecible
hermosura del paisaje. Tanta neurastenia era, que le producía unos insomnios
invencibles y unas murrias que le hacían sollozar sin motivo. Mucho hacían el
ajenjo, el tabaco y el café. El resto lo hacía su “sed de ilusiones infinita”.
Una noche su familia se alarmó, y él mismo mandó llamar al doctor a Pravia. Un
doctor adversario de la ley seca, inteligente, zumbón, creyente en lo divino y
escéptico en lo humano, incluyendo a la ciencia médica. Era –y es, con su gota
y su tensión en el retiro de Pravia, a donde le enviamos una seña amigable- un
conversador extraordinario, un producto típico del asturiano ilustrado que
tanto nos hemos de encontrar aún. “Este poeta debe de tener lo que yo me
imagino, una enfermedad antigua, tan antigua como el arca de Noé”, se dijo el
doctor Argüelles. Y acertó
A las tres de la madrugada estaba recetándole un poco de moderación. No la abstención total que preconizaba la familia y que había prescrito un médico de París. Rubén prorrumpió en loores al doctor Argüelles y exhaló sus mejores alabanzas al colaboracionismo entre médico y enfermo, contra las actitudes totalitarias entonces de moda. Eran las diez de la mañana y el sol doraba ya el alto de Somao, desde donde se descubre un panorama increíblemente bello. Y Rubén y Argüelles, frente a unas tazas de café de Nicaragua, dialogaban aún acerca de la poesía de su tiempo, de la pintura cubista y del neoparnasianismo. Argüelles salió de aquella visita dejando al poeta dormido plácidamente, curado de sus histerias. Llevaba, de la consulta, unas ideas nuevas acerca de la poesía y un retrato dedicado que todavía preside la tertulia de don Pepe Argüelles en Pravia. Buena era aquella gente, compañero. Y nada retorcida.”
«En 1908, Rubén tuvo que llamar
súbitamente a otro médico, el señor López Miranda,
de Soto del Barco, por enfermedad de la madre de Rubencito. El señor López
Miranda prohibió de modo terminante a Francisca los baños de mar, y fue en ese
momento cuando Feliciano Menéndez
ofreció la solución del traslado desde la Arena a su otra casa de Riberas de
Pravia, en el lugar denominado Monterrey.
Todavía existe en el archivo de Darío alguna receta de López Miranda en la que
Francisca escribió “La Arena”. Dice así: “Dº sulfato de 99 a 1 gramo.-
Extracto de ruibardo 50 centgs., idem tebaico 10 centgs.- mº y H. s. a. 10
píldoras.- López Miranda”
"Ha sido un eterno vagabundo. Pero un eterno vagabundo de camisa planchada y frac correcto..." Foto: Revista Caras y Caretas 1908. (ver anexo) |
Francisca todavía no había
retirado el pecho a su hijo y cualquier alteración de su salud repercutiría en
el pequeñín. Hubo, por tanto que alejarse del mar, de no pasear hacia la roca
de la Deva, de renunciar a la belleza de la playa y a la suavidad de la ría.
Porque, en julio de 1908, ocupó en la Arena la misma casa que en 1905. La casa
de Monterrey es de tres plantas y hacía y hace esquina, porque todavía
subsiste. Hacia ella fueron el poeta, Francisca, el niño, María Sánchez,
Genoveva y Fernando Viller, el secretario mecanógrafo y taquígrafo…, y la
máquina de escribir. Enfrente de esta casa, situada sobre un repecho, existía y
existe un huerto de manzanos, propiedad asimismo de Menéndez, al que Rubén tuvo
acceso. Dentro del huerto y a la izquierda de su entrada un hórreo monumental
que el poeta conoció. La única diferencia de entonces a hoy es la de una
vivienda edificada con posterioridad a las estancias de Darío y en la que
habita Oliva Menéndez. No lejos, transcurría un Nalón de égloga. Un vecino de
Monterrey, posible personaje de Belarmino y Apolonio, la más cuajada novela de Pérez de Ayala, le sirve de ayuda de cámara. Es el
zapatero remendón José Bueno,
ya fallecido. En los momentos que a Darío se le aparezca en su imaginación en
1908 el sol negro que vio en el eclipse famoso, le pedirá a José Bueno que le
levante los párpados y le diga por el color si tiene ya cerca la muerte.
Recorte del Censo Electoral de 1902 donde aparece José Bueno Cordero, vecino de Monterrey y zapatero de profesión. |
Gracias a los recuerdos de Francisca Sánchez y de Doña Feliciana Menéndez, que tendría aproximadamente unos catorce años en 1908, es fácil reconstruir la vida de Darío en la bella casita de Riberas, todavía más propicia a la intimidad que la de San Juan de la Arena. El ministro de Nicaragua usaba batas y pijamas, lo que extrañaba mucho a los asturianos de aldea, por lo que, entre éstos, se le sobrenombraba “ el rey”. Otra de las cosas que en el lugar se encontraban raras es que recibiese tanto correo y estuviese siempre rodeado de botellas, periódicos y libros.
Los hispanoamericanos son
bastante aficionados a las comidas en la alta noche, y de tarde en tarde las
mujeres preparaban una paella para comerla en el huerto. Esto, como las batas y
pijamas, como lo de los licores y el que mirase a las mozucas, era objeto, si
no de escándalo, de solapada crítica de la vecindad. También se murmuraba de
que Francisca no se cubriera el pecho al darlo al pequeñín en su noble función
maternal y de que el propio poeta pasara algo desnudo por las habitaciones de
su casa sin cerrar los balcones.
Foto: Ignacio Pulido |
En la misma fecha, y aunque
diga Madrid, la escribe desde Riberas, dirigió otra carta a Managua a don
Rodolfo Espinosa con motivo de su próxima boda, por lo que alude a un álbum de
firmas de los más ilustres escritores españoles que ofrece regalar a la
prometida de Espinosa.
La carta siguiente también es
importante. Está fechada en Riberas el día 8 y en ella remite a Hijos de Manuel
Grases, de Madrid, otro cheque, también a cargo de Crédit Lyonnais, por sesenta
y ocho pesetas con cincuenta céntimos, importe de la segunda mensualidad de los
muebles contratados y que serán algunos de los que decoraron la calle Serrano.
El mismo día 8 se dirige a los
señores L. Mayence & Cie., de París y les advierte que “desde el 15 del
pasado Julio ha dejado de estar a su servicio don Julio Sedano, con quien
directa ni indirectamente tiene pendiente ningún asunto; y después escribió más
cartas a David Argüello, París a Jesús y Valle, Madrid, a quien agradece el
homenaje que la Sociedad Hiberoamericana prepara al poeta en Madrid para el
próximo otoño; a Bernardo G. Candamo, Oviedo; al Crédit Lyonnays, Madrid. El 24
de agosto todavía aparecen copias de cartas que escribió en Riberas, una de
ellas a don Manuel Peña Gelabert, en Palma de Mallorca.
Francisca Sánchez, con « Guichin» , apodo por el que llamaban a su hijo Rubén, y su hermana María (Foto sacada del libro La Princesa Paca)(4) |
En medio de todo este trabajo,
de sus lecturas y sus otros escritos, no
olvida sus cariños de padre y hacía mimos y caricias a Rubencito. Cuando al
niño la bajaban al huerto y le ofrecían algún clavel, el pequeñito lo prendía
con sus manos diminutas como en ademan de olerlo, lo que comentaba el poeta muy
satisfecho: “¿Ven ustedes qué
inteligente es mi hijo?”. A Fernando Viller, además de las cartas,
le dictaba alguna prosa literaria. Seguramente, la que luego iba a integrar el
volumen titulado Viaje a Nicaragua. Pero ello no le quitaba de Asturias ni de
pensar en Madrid. Si no fuese por ciertas maquinaciones de Crisanto Medina, por
la penuria de su remuneración, disminuida por el gobierno, sería todo lo feliz
que puede ser un hombre sobre la naturaleza, como aquél día que cruzó en burro
la sierra de Menga, camino de Navalsáuz. Pero, así y todo, en lo hondo de su
corazón latía aquél triple grito que lanzó en La Arena en 1905. “¡España!
¡España! ¡España!”
Antes
de seguir con el relato de Antonio Oliver vamos a hacer un inciso para traer a
colación el relato que la madre de otro
poeta que pasó parte de su infancia y juventud en Riberas, AngelGonzález, y de su tía Clotilde:[5]
“[…] Rubén Darío
se dedicaba con disciplina a su disciplina, tenía la costumbre de acudir todas
las tardes al Parador, una hacienda en la que se detenían las
diligencias. Era un lugar muy visitado por la gente del pueblo, porque además
de despachar bebidas, los dueños vendían cordeles, utensilios de labranza de
pesca , de costura, cosas que hacen falta en el mar, en el campo o en la casa.
A Darío se le iba el santo al cielo, y dejaba pasar las horas sentado en la
taberna, con una botella de ginebra, una de esas botellas de barro que se
llaman canecas. Al caer la noche, una criada americana, que sonreía mucho y
mostraba en la cara los mismos rasgos indígenas del poeta, iba a buscarlo. Dice
la señora que ya está la cena puesta, recordaba la madre que decía la criada.
Pues dígale a la señora que ahorita voy, recordaba la madre de Ängel que decía
el poeta, mientras la tía Clotilde sentenciaba que el famoso nicaragüense era
un borracho, y que la señora no era su mujer, sino una querida. Ahorita voy,
decía el poeta, y se quedaba bebiendo ginebra. Por eso le impresionó tanto a
Ángel aquella tristeza del escritor solitario, sentado junto a su botella,
cuando Maruja leyó el poema “Lo fatal” en una noche de verano de Riberas de
Pravia. […] Le llenó de inquietud que aquél poeta sentado en la taberna del
Parador bebiese ginebra hasta emborracharse, solitario, todas las tardes del
verano, olvidado de sus selvas y sus tigres de Bengala, de sus princesas y sus jardines palaciegos.”
Año 1909
«No registra, el libro de copias
número 2 del Seminario-Archivo Rubén Darío de Madrid, carta alguna a partir del
14 de junio de 1909. Y el libro número 1, dedicado al registro de cartas
oficiales, tiene una laguna entre el 26 de julio y el 15 de septiembre. Por
tanto, como tampoco hay testimonios literarios fechados en el verano de 1909,
era muy difícil seguir la vida de Darío en el estío aludido. Pero posteriores
hallazgos, de los que ahora daremos cuenta, han confirmado de modo pleno mi
vaga presunción de que también en 1909 Rubén veraneó en Asturias. Este año las
cosas iban mal para Darío. La Legación había quedado instalada en el domicilio
de Mariano Miguel de Val, enfrente del mismo piso que ocupó Darío hasta marzo
de 1909 y, por supuesto, en el edificio de Serrano, 27. Mariano actuaba por
cariño y amistad hacia Darío, sin cobrar un céntimo. Las cosas económicas
seguían mal. Le debía Managua cuatro o cinco sueldos. De todos modos, como el
niño, Francisca y él necesitaban el yodo de la costa, pensaron otra vez en
Asturias, y Rubén escribió, como de costumbre, a Feliciano
Menéndez pidiéndole en alquiler la casa de Riberas. Pero Feliciano Menéndez le contestó el 5 de mayo
exigiendo una cantidad excesiva, porque sin duda, se trataba de un embajador.
Quería el propietario mil pesetas por la temporada, incluyendo el suministro de
leña y carbón y disfrute del huerto. Este precio, que nos parecería ahora
ridículo, era entonces indudablemente alto. Y Darío escribió una nueva carta
que rezaba así:
Madrid
8/6/909
Sr.
D. Feliciano Menéndez
Riberas
Muy
señor mío: En mi poder la suya de fecha 5 del p.pdo. y referente a ella debo
decirle que encuentro excesivo el precio de mil pesetas que Vd. me pide por el
alquiler de su casa de Riberas.
Sin
embargo, vistas las razones que Vd. me expone y por tratarse de un propietario
cmo Vd. he resuelto ofrecerle 750 pesetas por la temporada que sería de
mediados del presente a fines de septiembre, aceptando desde luego las otras
condiciones que Vd, me pone.
Esperando
una pronta respuesta me suscribo a Vd. q.b.s.m.
Rubén Darío
Ignoramos
la contestación de Menéndez a Darío, pero lo que sí podemos asegurar es que el
15 de julio el Credit Lyonnais de Madrid sitúa fondos para el poeta en Pravia;
que el librero Romo le escribe a Riberas el 24 de agosto, que en la misma fecha
el Credit Lyonnais le trasfiere nuevas cantidades y que el 12 de septiembre,
tal vez el mismo día del regreso, Rubén paga el alquiler del verano al
propietario. No entrega las setecientas cincuenta de su contraprestación, sino
las mil solicitadas por Feliciano. En el Seminario-Archivo de Madrid, en la
carpeta de facturas, hay este recibo:
Recibí
del Excmo. Sr. D. Rubén Darío mil pesetas por el alquiler de casa
Riveras
Septiembre 12 de 1909
Feliciano
Menéndez
En
este Veraneo no le acompañó de secretario Fernando Viller. Darío estaba
preocupado por las noticias que llegaban de Nicaragua, por el abandono en que
le tenía el Gobierno, por la siempre poco clara actitud de Crisanto Medina. Sin
embargo, cuando se sintió en Riberas y junto al pomar, recibió un alivio de
paraíso. Algún día bajó hasta La Arena ha hablar con los pescadores de atún y a
ver el viejo castillo que flanquea el Nalón; a saludar a los veraneantes
asturianos amigos de don Rafael de Altamira o del poeta Edmundo Díaz, director
de la Ilustración Asturiana, con quien estaba vinculado en 1905; a consultar al
buen médico don Rubén López Miranda,
tan sencillo y humano, y a quien, rodando el tiempo, los vecinos de La Arena le
dedicarían una lápida de bronce en la plaza del pueblo; a contemplar la pintoresca
subasta del pescado que hoy se efectúa en La Rula.
Guiado
por cartas cruzadas entre Feliciano Menéndez y Rubén, existentes en el archivo,
visité en agosto de 1958 San Juan de la Arena, y fui cordialmente atendido por Benigno López Rodríguez y su señora,
destacados comerciantes de la localidad. Con ellos, identifique la casa donde
veraneó Rubén en 1905, que hoy aparece bastante deteriorada y muy alejada del
mar. Según el señor López Rodríguez, en ella misma veraneó, hacia 1919, la
familia Calvo Sotelo, aunque don Luis y don Joaquín no supieron nunca del
anterior inquilino. Al señor López Rodríguez debo igualmente el conocimiento de
las hijas de don Feliciano Menéndez, doña
Feliciana y doña Oliva, a quienes visité en su casa de Riberas.
A todos estos simpáticos asturianos debo confirmación de los datos que el
Archivo me facilitaba y otros muchos de tradición oral que aquí recojo.
¿Será
cierto que en este último verano Darío escribía sus versos en las paredes de su
habitación en la casa de Monterrey, como
Sorolla pintó alguna marina en las de su residencia de la Arena? Esta tradición
corre por Riberas: Tal vez fuese alguna broma de veraneantes posteriores,
porque Rubén, en su lucidez mental, era incapaz de tal incorrección. El
escribía en cuadros empastados en hule o en blancos folios, y para sus cartas
usó siempre papel muy escogido y selecto. Mas si por un raro capricho o
genialidad sí los escribió, estos versos se han perdido al enlucir las paredes
en fecha no lejana.
Darío
miraba al paisaje, no obstante sus desilusiones, con mayor atención que nunca.
Parece como si presintiese que ya no iba a volver más. Algunas tardes escribió
bajo los manzanos del huerto. Y tal vez
se creyera, en sus imaginaciones y luminosidades mentales, un nuevo Adán
desobediente. Allí bajo los manzanos, oía el piar de los pájaros, los cantos de
los mozos y el chirriar de las carretas. Su oído maravilloso, percibía, además,
en las noches estrelladas, la música pitagórica de las constelaciones. Que
cantase el firmamento no le extrañaba. El era en su fondo un pitagórico, un
órfico primitivo, y sabía de la musicalidad de los astros y de los números.
Pero que chirriasen las carretas era algo que le intrigaba de veras. Por eso,
un día, se lo preguntó a Feliciana: “¿Por
qué cantan las carretas?”, dijo a la muchacha. Si no fuese por las próximas
comunicaciones que debía enviar desde Madrid a Crisanto Medina, al ministro de
Relaciones Exteriores y a otros personajes de Managua, de seguro que en su
verso habría interpretado el canto de las carretas de Asturias. “Por nada”,
le dijo la hija del indiano Menéndez, bajando ruborosa los ojos. Rubén percibió
su rubor de manzana y lo admiró, por un momento en secreto. En efecto, las
carretas asturianas cantan por nada, como los pájaros; cantan cuando los
campesinos las dejan en su ser natural, es decir, cuando no les engrasan los
ejes ni las ruedas. Las carretas cantan, entonces, como las aves, y aunque
chirrido equivale a mal sonido, él lo percibía hasta melodioso. Tanto, que se
extasiaba oyéndolas en la tarde, cuando los bueyes retornaban del monte, como
monje medieval escuchando los pajarillos del cielo.
“¿Por
qué cantan las carretas?”, te preguntamos ahora nosotros, Rubén.
Tú lo sabes ya, con sabiduría que no es la de la tierra, que no es la de los
hombres. Las carretas cantan como canta todo el Universo. Tú lo percibiste, en
1909, en Asturias, no obstante las múltiples angustias que te embargaban el
alma y que te hicieron pensar el día que, definitivamente, abandonaste el pomar
de Feliciano Menéndez, que eras, en
verdad, un desterrado del Paraíso. Tan desterrado del Paraíso, que tuviste que
volver, no a Serrano, 27, sino a Claudio Coello, 60, a un piso alquilado a
nombre de Francisca. »
Hasta aquí llega el relato que Antono Oliver hace de la estancia de Rubén Darío en Riberas. De esta estancia no dejó el poeta, como sí hiciera tres años atrás de su paso por San Esteban y L'Arena, ninguna constancia en sus escritos. Las dificiles circuntancias personales, familiares y económicas por las que atravesaba no eran, quizás, las más apropiadas para convocar a las musas. A pesar de ello, su paso por nuestro pueblo merece ser recordado. Como dice Julían Herrojo "su
paso por Asturias que, sin ser sustancial en su vida, como lo fueran
Madrid o París, sin embargo no fue un episodio fugaz tampoco, pues
repitiendo por tres los veranos que pasó en Asturias (los de 1905,
1908 y 1909) demostró con ello el aprecio y gusto por nuestra
tierra"(6)
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto
[1] Azucar. Pepe Monteserín. Ediciones Lengua de Trapo. Año 2000. Madrid
[2]
Este otro Rubén Darío Antonio
Oliver Belmás Barcelona 1960
[3]
Nuevo Viaje de España. La Ruta de los Foramontanos. Victor de la Serna. 1955
Editorial Prensa Española
[4] "La Princisa Paca" Rosa Villacastín y Manuel Francisco Reina 2014 Plaza y Janes
[4] "La Princisa Paca" Rosa Villacastín y Manuel Francisco Reina 2014 Plaza y Janes
[5]
“Mañana no será lo que Dios Quiera” Luis García Montero. Madrid 2009
Alfaguara
[6] "Rubén Darío y Asturias" Conferencia pronunciada por Julian Herrojo en el Ateneo Jovellanos de Gijón
Apendice
Correspondencia de Rubén Darío durante sus estancias en Asturias
Riberas de Pravia, 7 de agosto de 1908 |
Riberas de Pravia, 8 de agosto de 1908 |
Riberas de Pravia, 24 de agosto de 1908 |
San Esteban de Pravia, 25 de julio de 1908 |
De Roma a Rubén Darío en Riveras, 15 de septiembre de 1909 |
Carta de Ramón Pérez de Ayala a Darío |
San Esteban, La Arena, 29 de julio de 1908 |
Madrid 26 de septiembre 1908. Referencia a Riberas |
Riveras de Pravia 6 de agosto de 1908 |
Riberas de Pravia, 8 de agosto de 1908 |
Riberas de Pravia, 24 de agosto de 1908 |
Riberas de Pravia, 24 de agosto de 1908 |
Riberas de Pravia 8 de agosto |
Riberas de Pravia 12 de agosto 1908 |
Artículo publicado en la Revista Caras y Caretas en junio de 1908:
(Fuente: Biblioteca Nacional de España)
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